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El arma más mortal – Por Enrique Arias Vega

   

La mayoría nunca tendremos en nuestras manos un arma tan mortífera y de destrucción tan masiva como un automóvil. Lo paradójico es que ante semejante realidad las leyes resulten extraordinariamente permisivas. Hasta homicidas convictos al volante, como Ortega Cano, hacen aún vida normal esperando el indulto del Gobierno.

Y es que algunos de los propios políticos también han conducido ebrios, como evidencia una larga relación de alcaldes, concejales y otros cargos pillados con exceso de alcohol en la carretera. Muchos de ellos, como el diputado del PP Nacho Uriarte, ahí siguen tan campantes sin haber dicho esta boca es mía. Lo malo es que ellos son como nosotros, que parecemos creer que conducir un vehículo es un derecho natural inalienable, como la libertad de expresión.
Por eso, asistimos impávidos ante la propaganda televisiva de artilugios que nos permiten violar la ley detectando los radares de Tráfico. En cambio, nos cabreamos cuando se nos obliga a soplar por el alcoholímetro o aparecen limitaciones de velocidad donde antes corríamos a nuestras anchas.

Somos tan inconscientes del carácter mortífero de los automóviles que nos quejamos del rigor de los exámenes de conducir o nos parece mal la posibilidad de volver a examinarnos al pasar de los 65 años, sabiendo que la mayoría de nosotros suspenderíamos de tener que hacerlo.

Sólo los que han sufrido un accidente irreparable son conscientes del peligro de la conducción y de las limitaciones que deberían imponerse a su ejercicio. Lo malo es que la mayoría de ellos ya no están para contarlo.