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133 años del Palacio de Capitanía

   

JOSÉ MANUEL PADILLA BARRERA | Santa Cruz de Tenerife

Toda institución que se precie tiene siempre un edificio que la alberga. La categoría de una institución se mide, en gran parte, por la grandiosidad del inmueble que ocupa. Un ejemplo reciente, el de Madrid, que ha transformado, para mayor lustre y fama de la ciudad, el ya de por si imponente Palacio de Comunicaciones en una majestuosa y espectacular casa consistorial. Sin embargo, la Capitanía General de Canarias, a pesar de que era la institución de mayor peso e influencia en el Archipiélago, no dispuso de un edificio propio hasta 1881, casi tres siglos después de la llegada a Las Palmas en 1589, del primer Capitán General de Canarias, Luis de la Cueva y Benavides, cuya residencia estuvo situada en el chaflán que formaban las calles de Santa Clara (hoy Domingo Denis) y Los Remedios (hoy San Nicolás), más tarde los capitanes generales se establecieron en la llamada Casa Regental en la plaza de Santa Ana, hasta que en 1656 Alonso Dávila decidió trasladar la Capitanía General a Tenerife, lo que confirmó su sucesor Jerónimo de Benavente ya con licencia real para residir en la isla que creyera más conveniente, ocupando para ello la llamada Casa de Alvarado- Bracamonte en La Laguna, que pronto dejó de llamarse así para pasar a ser la Casa de los Capitanes Generales, o Casa de los Capitanes.

En 1723, nada más llegar a las Islas, Lorenzo Fernández de Villavicencio, marqués de Vallehermoso determinó instalarse en el Castillo de San Cristóbal en Santa Cruz, donde permaneció durante 11 años, casi hasta el final de su mandato. Hay constancia de que en 1740 el Capitán General José Emparán tuvo su residencia en la calle de la Marina, 13. Se sabe también que el General Gutiérrez se instaló en una casa en la calle San José esquina a San Francisco.

En 1808, Carlos O´Donnell, que había sido nombrado Capitán General de Canarias por la Junta Suprema, residió en la llamada casa Foronda en lo alto de la plaza de La Pila(hoy plaza de Candelaria) esquina a la calle del Castillo, se volvió después al caserón de la calle de la Marina.

El capitán General Antonio Ordóñez y Villanueva consiguió, en 1852, autorización para proyectar la construcción de un edificio para la Capitanía General, se redactaron dos y ninguno de ellos fue aprobado, por lo que en 1853 se tomó la decisión de alquilar el Palacio de Carta en la plaza de la Pila, un edificio de mayor categoría que todos los anteriores. Este palacio fue residencia, de 16 capitanes generales hasta que el 5 de abril de 1878, fecha en que llegó a Santa Cruz el Teniente General Valeriano Weyler, recién ascendido cuando aún no había cumplido los 40 años. A Weyler no le gustó en absoluto el edificio en el que le tocaba vivir y al mismo tiempo albergar las dependencias de la Capitanía General.
Se cuenta, no es histórico, que una mañana , acompañado de su ayudante , subió calle del Castillo arriba hasta llegar al llamado entonces Campo Militar, lugar de instrucción de la tropa que hoy es la plaza de su nombre, y allí señalando al Hospital Militar, situado en el lado oeste del Campo, con el tono imperativo de un hombre acostumbrado a mandar, aseguró: Ahí vamos a construir el nuevo edificio de la Capitanía General. Poco después, el 31 de agosto, ordenaba, con carácter de urgencia, al General Subinspector de Ingenieros que se redactase el proyecto de un edificio en parte del solar que ocupaba el Hospital Militar.

Ese trabajo le correspondió al comandante de Ingenieros Tomás Clavijo y Castillo Olivares perteneciente a una familia canaria, procedente de Lanzarote, muy integrada en el Real Cuerpo de Ingenieros Militares, cuatro de sus tíos, uno de sus hermanos y dos primos fueron ingenieros militares y todos con destacadas carreras, alguno con comportamiento heroico, dentro del Real Cuerpo.

Lo de la urgencia no era un decir, solo cuatro días después de haberlo ordenado, con un domingo por medio, Weyler tenía sobre su mesa el proyecto con el visto bueno del Coronel Ingeniero Comandante Vidal Abarca. Era imposible que en tan poco tiempo se pudiera componer un proyecto con todos sus documentos: Memoria Descriptiva, Presupuesto, planos y Pliego de Condiciones. Comparando este proyecto con uno de los que se redactaron en 1852, cuyo autor fue el coronel Luis Muñoz, que años antes había proyectado el cuartel de San Carlos, se puede comprobar que lo que Clavijo hizo fue una adaptación del mismo, una muy buena adaptación por cierto. Aun así, sigue siendo difícil, por lo que hay que pensar que conociendo como conocía las intenciones de su general, debía tener adelantados los trabajos preliminares como levantamiento del terreno, los perfiles, etcétera. El proyecto definitivo, después de pequeños retoques, lleva fecha de 23 de septiembre de 1878 y fue enviado a la Dirección General de Ingenieros, que emitió un informe favorable. Quedaba todavía el espinoso asunto de la dotación económica para realizar la obra. La espera se le hace a Weyler interminable así que presiona al Ministro de la Guerra, en un escrito de fecha 8 de diciembre, quejándose del mal estado del edificio: “A consecuencia de los aguaceros de estos días, no ha quedado más habitación sin grandes goteras que la en que tengo el despacho, donde ha tenido que dormir toda mi familia…”.

Quizás la queja surtió efecto, porque por R.O. de 30 de diciembre de ese mismo año se aprueba el proyecto de construcción del nuevo edificio para Capitanía General. “La obra debía salir a pública licitación, bajo el tipo máximo de 158.640 ptas. Pagaderas en 7 años”. Con el proyecto aprobado Weyler no deja pasar un minuto para poner en marcha todas las operaciones necesarias para dar vía libre a su ejecución.Las oficinas del hospital se trasladan al cercano Parque de Artillería, los objetos religiosos de la capilla a la iglesia del Pilar y los enfermos al Hospital de Nuestra Señora de los Desamparados. La ceremonia del comienzo de las obras de demolición del hospital fue especialmente solemne, se celebró el domingo 9 de Febrero de 1879, con asistencia de todos los mandos militares de la plaza, el Ayuntamiento al completo, y el Batallón Provisional, con su Banda de Música, rindiendo honores de ordenanza.
El 1 de mayo de 1879 dieron comienzo las obras y cosa curiosa, sin costo para el Estado, según consta en la placa conmemorativa que existe en el patio del edificio. Y es rigurosamente cierto, gracias a la capacidad de gestión de Weyler. La obra se adjudicó el 8 de marzo a Rafael Clavijo y Armas, lanzaroteño, sin ninguna relación familiar con el ingeniero a pesar de la coincidencia de apellido y lugar de nacimiento, como curiosidad y para los antiguos del lugar, era el abuelo de Rafael Clavijo García el que fuera Presidente del Cabildo desde 1974 a 1979. Este contratista hizo una rebaja de 415 pesetas al tipo de licitación, pero dos días más tarde: “Dado el carácter patriótico de este asunto y en su deseo de corresponder de algún modo a los loables esfuerzos de V. E. en obsequio de intereses públicos”, se comprometió a hacer una rebaja muchísimo más importante, 23.525 pesetas. El importe de la obra quedó por tanto en 134.690. Esto a Weyler debió parecerle un gran éxito, como realmente lo era, tanto que informó de ello al Ministerio de la Guerra por dos veces: por si hubiera sufrido extravío la anterior. Así que con los fondos de Milicias, unas 117.000 pesetas, 8.000 consignadas por la Dirección General de Ingenieros en el presupuesto económico de 1880 y el resto que podría cubrirse con los alquileres durante unos años del Palacio de Carta, que eran 4.000 pesetas anuales, se completaba el total del presupuesto. Las obras se llevaron a cabo con gran rapidez , impulsadas por el empuje del incansable Weyler, dirigidas por Tomás Clavijo, al que el General distinguió haciendo que figurara su nombre en la placa conmemorativa. El ingeniero fue ayudado por el maestro mayor Domingo Sicilia, el conocido alarife canario, que había alcanzado el cargo de maestro mayor del Real Cuerpo en la obra del cuartel de San Carlos. La edificación se terminó el 31 de diciembre de 1880, pero con una particularidad y es que el proyecto contemplaba un cuerpo central de dos plantas y dos laterales de una sola, pero está claro que el edificio es de dos plantas en su totalidad. Sin embargo, no existe constancia de algún adicional o reformado.

Así era el General Weyler, seguro que informó que pretendía esa modificación, pero ante la lentitud de la administración en decidir, tiró por la calle de en medio, aplicando la política de hechos consumados. La verdad es que esa reforma era muy necesaria, porque de otro modo el salón noble hubiese quedado ridículo. Salón que, por cierto, fue bellamente decorado por el pintor canario Gumersindo Robayna Laso. También es obra suya el gran frontón que corona el edificio en su cuerpo central. A partir, por tanto, de 1881 la Capitanía General de Canarias ya dispuso de su edificio representativo. El acierto del General Weyler en la elección del lugar es increíble. Hoy el palacio en unión de la gran plaza que lleva su nombre, que él alentó cediendo los terrenos al Ayuntamiento, forman, el centro neurálgico de la ciudad de Santa Cruz de Tenerife.