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Canguros con castañuelas – Por José Miguel González Hernández

   

Supongamos que nuestro tiempo de descanso activo, o sea, dormir a pierna suelta, se circunscribe a las recomendaciones médicas en torno a nuestro metabolismo basal y lo ciframos en ocho horas. Nos quedan dieciséis. Seguimos suponiendo, y le asignamos tres horas en total a lo que dedicamos a la alimentación e higiene. Nos restan trece. Si cumplimos con la jornada de trabajo legalmente establecidas de ocho horas diarias, haciendo la cuenta fácil, vemos que nos quedan apenas cinco horas para los asuntos propios a los que nos queremos dedicar. Conclusión, pasamos más tiempo en el entorno laboral que con nosotros mismos, gastando cada vez más porcentaje de nuestro presupuesto en tapar las grietas que nuestras ocupaciones nos generan. Es por ello que debemos estar a gusto, no sólo donde vivimos, sino donde trabajamos (si tenemos la suerte de poder hacerlo, claro está). Pero no siempre este entorno de confort se encuentra a tiro de piedra: en nuestro barrio, en nuestra ciudad, en nuestra isla, en nuestra región o, incluso, en nuestro país. Según las oportunidades que se nos ofrezcan, se debe dar el salto (mortal, muchas de las veces). En este sentido, haciendo un mapa de oportunidades laborales, si se nos permite catalogarlo de esa forma, las empresas radicadas en China, Arabia Saudí y el centro de Europa son las que, actualmente, más contratan en el mundo. Y cuando no contratan más, al menos ralentizan los despidos, e incluso desaparecen, siendo África la región con la tasa de despido más baja. El perfil de la demanda se circunscribe a profesionales cualificados, sobre todo en nuevas tecnologías, así como en el ámbito comercial y marketing, basándose en dos premisas básicas que toda idea empresarial debe tener en aras de ganar competitividad y rentabilidad: hacerlo bien y comunicarlo mejor. Por otro lado, según la OCDE, Australia es la nación más feliz del mundo, tras analizar a más de 30 países. Por otro lado, España ha bajado en la clasificación hasta llegar al vigésimo puesto. El resultado bien puede estar provocado por la crisis. O no. Nuestro país todavía no se muestra como destino preferente, aunque este ejercicio se estrena con unas mejores ratios, donde alrededor de un tercio de las compañías están actualmente contratando (predominando las sustituciones, más que la creación de empleo neto, salvo en el área comercial, donde sí que hay un tímido crecimiento en puestos de trabajo reales), y disminuyen el 11% las que acometen despidos respecto a 2013. Y sólo cuando la locomotora del empleo funciona, se arrastrarán vagones llenos de consumo. Ante un entorno cambiante para, ya no sólo conseguir un empleo, sino también para ofrecerlo, la formación sigue siendo un pilar básico. Dichos conocimientos adquiridos de forma acumulativa nos ofrecen unas mayores posibilidades de resolución de problemas complejos. La adaptabilidad es la finalidad, pero que sea bidireccional, de forma que pueda proporcionar destrezas a través de la experiencia, con la finalidad de proporcionar técnicas y conocimientos en el desarrollo de la iniciativa y la autonomía. No sólo vale tener capacidades dignas de un superhéroe, sino posibilidades de poder ejercerlas en puestos de trabajo que guarden y fortalezcan la dignidad de las personas, porque reflejar nuestras preferencias sociales, y hacerlas respetar, debe estar en nuestra genética de forma innegociable. Alguna que otra vez se ha mencionado que estamos mal programados, porque vamos motorizados por el día para poder estar subidos a una bicicleta estática por las noches. Seamos esclavos de nuestras pasiones, sin que éstas se conviertan en un trastorno obsesivo y compulsivo adscrito a nuestro comportamiento. Tengamos rutinas sanas, aprendamos a delegar, a reconocer y a diferenciar lo urgente, de lo importante y de lo necesario. Puede que cambien las exigencias. Pero nunca deben cambiar nuestros valores. Trabajemos para vivir. No al revés.

José Miguel González Hernández es ECONOMISTA