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Malditos fogaleras – Por Román Delgado

   

En la víspera de san Juan, un día de los más señalados del verano, me tropecé con pocas cosas que alentaran la risa. El lunes sólo transmitió desastres, malas maneras y burradas amplificadas por animaladas varias. No voy a hablarles de lo ocurrido con la UD Las Palmas, que no es mi fuerte ni me entusiasma, salvo la desgracia de algunas cabezas desérticas de raciocinio que poblaron el césped del Estadio Insular. Esa película surreal, o quizá de esperpento o terror, me interesa por la reacción humana desnortada, con resultado de derrota por goleada. Pero no son estas desgracias las que más suenan entre las paredes de mi cerebro. Ni por asomo. Tal y como se pone todo de feo, prefiero posarme en los pequeños detalles; en las historias, casi siempre de miedo sin ficción, que pueblan minúsculos espacios en los medios: tan pequeños que a veces son dramas que pasan inadvertidos, como perro por viña vendimiada. De todo lo visto, leído y palpado con yemas entintadas por el papel prensa, que aún es práctica de rutina, me quedo con la desgracia de un joven que roza los 50 años (¡claro que joven!) y reside en Lanzarote, si no recuerdo mal. Ese joven del país, humano de carne y hueso, sostiene (y yo no dejo de cagarme en la madre que los…) que lleva no sé cuántos meses dejado de la mano de dios, la que no suele curar las enfermedades que conducen a la muerte, a cuenta de un tratamiento caro, muy caro, que debe recibir para tener más esperanza de vida, más opciones de seguir en la tierra (lo del cielo ya es cosa de cada uno…) en condiciones dignas y honorables. Es esto lo que ahora no le garantizan y lo que, por cierto, debe hacer, sí o sí, y ya, el Servicio Canario de la Salud (el Gobierno de Canarias), que, por lo que el enfermo dice, pasa y pasa, tanto que por ello su vida se apaga más rápido. Esto le ocurre a aquel joven, y parece que la reacción pública e incluso ciudadana no es la más adecuada. Lo público ya no protege con ética ni atiende con calidad y eficacia mínimas, y así, con este desarme que no cesa, los que más se fastidian son los de siempre: aquellos que más han contribuido a dotar de servicios públicos a la propia Canarias. Cuando veo informaciones como la descrita, se me cae la cara de vergüenza; no sé dónde meterme; me asusto y me dan ganas de mandarlos a todos, a los de la posible solución, a la misma mier… No comprendo tales actitudes; no hallo explicación a tanta desvergüenza… Y no sé por qué no hay reacción, ejemplo, sensatez, dignidad y hasta culpables. Ese joven, y seguro que hay más gente con similar desgracia, las pasa muy putas por la desidia e indescriptible mala gestión de la sanidad pública. Ese joven espera su intransferible adiós a la vez que grita por su única esperanza: la que se resiste a tocar a su puerta. Lo mismo no ocurre con la basura que el domingo apestó sobre el césped. Esta hedionda actitud sí entró por puertas y ventanas de las Islas. Centremos la atención en lo importante: en hacer esfuerzos para evitar que una vida se apague poco a poco, como fogaleras de san Juan. Ceniza, sobra.
@gromandelgadog