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La crisis de Europa – Por Jaime Rodríguez-Arana

   

La entrada del tráfico de drogas y de la prostitución en el PIB de los países de la UE es un síntoma más de la descomposición de un continente, de una forma de civilización que apostó durante largo tiempo por la centralidad del ser humano, por su igual dignidad y por la efectividad de los derechos humanos. Si levantaran la cabeza los padres fundadores de la Unión Europea, se quedarían estupefactos ante los derroteros que se están tomando y ante la traición a las bases y fundamentos de un proyecto de signo humanista diseñado para apuntalar la libertad solidaria de millones de europeos, que asisten, muchos de ellos, alucinados ante la magnitud del ataque que se está perpetrando precisamente por quienes más debieran comprometerse en la lucha y defensa por conducir la crisis actual desde las señales de identidad que en el pasado alumbraron una modélica civilización

En efecto, con estas iniciativas, que no son sólo de orden cuantitativo, se apuesta, y de qué manera, por asumir, quién lo podría pensar años atrás, por dar carta de naturaleza presupuestaria a conductas y comportamientos que, en gran medida, envilecen y vejan a tantas personas abocadas a estas prácticas por mafias que se dedican a la trata de personas, como bien se sabe. Y, por otra parte, es el colmo, se va a reflejar en los presupuestos auténticos atentados a la salud de las personas. El proyecto europeo ha tomado una deriva que lo aleja, y de qué manera, de sus objetivos fundacionales. En las elecciones del 25 M ya hemos constatado la subida de los populistas y los extremistas ante la incapacidad de los partidos tradicionales, envueltos en mil escaramuzas internas con el fin de que sus líderes mantengan la posición y sigan de por vida en la cúpula, por abrirse a la realidad. Y ahora, el cinismo reinante en la tecnoestructura europea, abandonada definitivamente al dogma económico, supone un nuevo hachazo al humanismo abierto que tanto precisamos para salir con dignidad de la crisis general que tanto daño hace, sobre todo, a los más frágiles y débiles.

En este concepto, resulta conveniente, hasta necesario acercarse a los escritos de los padres fundadores. Schuman, Adenauer o Gasperi, por ejemplo, y percatarse del errado y errático camino que se está siguiendo en la Unión Europea en estos años. Una Unión que nació y se desarrolló durante tantos siglos como un espacio cultural y político caracterizado por una suerte de indignación ante la falta de libertad, ante la intolerancia, ante la ausencia de pluralismo. No en vano venimos de la conjunción de los valores del derecho

-Roma- del pensamiento -Atenas- y de la solidaridad -Jerusalén-. Por eso, el pensamiento único en materia económica y financiera que se ha implantado desde no hace mucho, y que está en buena medida en el origen de la crisis que padecemos, además de desnaturaliuzar ese gran proyecto cultural que es Europa, está alejando a la ciudadanía de una realidad a la que poco, prácticamente nada, aportan los millones de personas que habitan en el viejo continente. El 25 M, para quien lo quiera ver, no ha hecho más que manifestar lo que piensa la mayoría de los ciudadanos europeos. Unos resultados que no han hecho más que confirmar lo que los eurobarómetros constataban desde el inicio de la crisis: una peligrosa caída de aceptación popular del actual proyecto europeo. En España, por ejemplo, hemos pasado de un elevado grado de confianza a unos índices de desafección preocupantes. En efecto, en 2007 dos de cada tres españoles consultados por el eurobarómetro decían confiar en la UE y en sus instituciones. Seis años después, el 72% se mostraba fuertemente contrariado con las políticas practicadas en este tiempo, en especial con los ajustes y limitaciones que está sufriendo la población.

La apatía, desidia y desafección de la ciudadanía, por más que las cúpulas de partidos y formaciones intenten ocultarlo y mirar para otro lado, son, no hay que más que salir a la calle y hablar con la gente normal, una lamentable realidad. Mientras tanto, no pocos analistas y políticos tiemblan ante la presencia ya de fuerzas políticas populistas y autoritarias a nivel europeo. Por lo pronto, la extrema derecha y la extrema izquierda ya no son testimoniales en muchos países de Europa y eso debería preocupar a los dirigentes de los partidos mayoritarios en nuestros países porque, por su falta de reacción e incapacidad de reformas de calado, se está abonando el terreno para el advenimiento de situaciones que pensábamos superadas.

Así las cosas, precisamos líderes capaces de entender el legado europeo y defender la sensibilidad social. Hoy, por más que nos pese, hemos de reconocer que la fuerza y dominio de un mercado sin límites y autorregulado ha hecho las delicias de no pocos dirigentes políticos y financieros que han hecho su agosto en plena crisis económica. Mientras, el pueblo, el gran convidado de piedra de esta estafa de colosales dimensiones, avisa de que no está de acuerdo con las medidas que se adoptan y de que es menester un cambio de rumbo. Un cambio de rumbo que pasa por la renovación política, económica y social. Quienes han contribuido al vertiginoso endeudamiento de Administraciones públicas y de las familias, deben asumir su responsabilidad. Los partidos políticos deben abrirse a la realidad, así como las instituciones financieras. Es necesario trabajar sobre los fundamentos. Y si hace falta reformar la sociedad anónima, que se reforme. Si hay que democratizar la democracia que tenemos, que se haga y si hay que desmercantilizar este mercado, adelante. Desde luego, incluir en los PIB de los Estados miembros el tráfico de drogas y la prostitución, no hace más que constatar el grave y sostenido ataque a la dignidad del ser humano que se está realizando, quién lo diría, desde el corazón de un continente que en otros tiempos supo estar en la vanguardia de la lucha por la dignidad del ser humano.