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El personaje – Por Wladimiro Pareja Ríos*

   

Cuando vamos al cine a ver una película somos conscientes de que nuestro actor preferido representa un papel, está actuando. En otro film representa a otro personaje y todos sabemos que en su vida real éste desaparece para emerger así la persona. Todos representamos un papel, tenemos el personaje del político, el del cómico, el del jefe o el del subordinado, el del bravucón del barrio, el de la habladora que critica, el del hombre justo, el de la justiciera, el de víctima o pobrecito yo, el de viva la vida, el de serio y responsable, los hay muy variados. Cada uno se viste de determinada forma según el personaje que represente, los hay elegantes, hippies, a la moda, postmodernos. Todos y cada uno con una postura corporal determinada (determinada por el propio personaje), pues el cuerpo adopta y queda caracterizado así como el actor en una película. Solemos definirnos a nosotros mismos por el trabajo que realizamos, “yo soy psicólogo, o soy médico, o soy tal cosa…”, pero esto no es lo que yo soy, solo supone lo que yo hago, porque confundimos el ser con el hacer, esto es, confundimos el personaje con la persona. Recuerdo el caso de Johnny Weismuller, el actor que representaba a Tarzán, que a base de actuarlo llegó a confundir su personaje con su persona y terminó en un psiquiátrico gritando y saltando de cama en cama. Las personas vienen a las consultas de los psicólogos porque les duele la vida, sin plantearse que ese sufrimiento está mantenido en muchos casos por su propia representación del personaje. Se ha puesto una máscara y ya no es consciente de ella. En palabras del excelente psicoterapeuta Francisco Bontempi Prieto: “El trabajo de cada uno es ir dándose cuenta de su personaje caracterial y al mismo tiempo con qué mecanismos se defiende, qué actitudes utiliza para seguir manteniéndose”. Efectivamente, para conservar la postura en la foto hacemos gran gasto de energía, nos quedamos agotados representando una y otra vez nuestro papel, justificamos nuestras conductas, casi todas encaminadas a salvaguardar nuestro personaje. Y ahí está el problema que a base de representar nuestro papel una y otra vez, ya no distinguimos lo que es real y lo que es mentira (la película personal de cada uno). Un ejemplo de ello es el de un paciente con un papel exitoso socialmente que viene con una sensación de vacío existencial y que pretende convertir las sesiones de terapia en otra representación de su éxito hablando de todos sus triunfos y victorias, esto es, viene a reforzar su personaje no a cambiar. Esta idea de personaje y máscara no es nueva, aparece ya recogida en muchas tradiciones filosóficas de pensamiento y a partir de ahí surgen orientaciones psicológicas como la escuela Gestalt y Biogestalt, en ellas, el trabajo planteado irá encaminado a darse cuenta y esto provocará un despertar progresivo de la conciencia de sí mismo, poco a poco comenzará a arriesgarse, a dar respuestas alternativas, a explorar otros roles más útiles, a no estar manejado por su rol, solo de esta manera logrará ser dueño de sí. Nos podemos preguntar dónde y cuándo se forma esto que llamamos personaje y la respuesta viene dada por nuestros inicios, la familia. Cada uno en ella representa un papel, nos adaptamos al sistema familiar porque buscamos el amor de nuestros padres y hermanos (entre otros), buscamos su aprecio y atención. De esta manera y a base de repetir estrategias que nos ayudan a adaptarnos al sistema ( familiar y posteriormente escolar) se va a ir consolidando hasta la edad adulta este personaje. Pero lo que en un principio nos ayudó a adaptarnos, ahora nos encorseta y nos limita porque nos obliga a estar permanentemente representando un papel y esto es agotador. Imagínese por un momento lo que supondría llevar una de esas máscaras de carnaval de forma constante cuando nos relacionamos y que nos olvidemos de ella hasta que se quede fija, llegará un momento en que confundamos la máscara con nuestra verdadera identidad. La pregunta a formularse sería: ¿ quién soy yo realmente?
*PSICÓLOGO