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Reformas razonables y humanas – Por Jaime Rodríguez-Arana

   

Una de las claves del auge y apogeo del populismo y la demagogia en tantas latitudes, también por aquí cerca, se encuentra en la ausencia de reformas sensatas, razonables y diseñadas pensando en las personas, en los ciudadanos. Más bien, lo que abunda, o sobreabunda, son políticas que, por alguna razón que se nos antoja incomprensible, castigan a millones de personales normales. Ahí están los ajustes en materia sanitaria y educativa en tantos países que están diezmando la garantía de la estabilidad política y económica. Y ahí están las indignas condiciones laborales en las que se realizan tantos y tantos trabajos en este tiempo.
En este contexto llaman la atención las ideas del primer ministro Renzi acerca de esta cuestión. En su opinión, si se acometen reformas creíbles, el populismo ya no tendrá sentido. Lo dice un político que el 25 M, a pesar del incremento del populismo en tantos países de Europa, cosechó un 40.8% de apoyo electoral, ganando votos por la izquierda y también, y de qué manera, por la derecha.

Desde que está al timón del gobierno italiano, al mando del consiglio, ha iniciado reformas que esperaban décadas, como la electoral, la administrativa, la laboral. Está por ver, es lógico, si conseguirá llevar a buen puerto su ambicioso reformista y modernizador. Sin embargo, nadie podrá negar su determinación, y sobre todo la manera y la forma en que transmite sus proyectos. El pueblo italiano desde luego ha sabido entender, en el fragor de una crisis política inédita, el papel y la estrategia de su primer ministro y aunque las elecciones eran europeas, ha conseguido batir claramente al movimiento cinco estrellas de Grillo mientras en otros lugares hemos visto como estos movimientos populistas han crecido como la espuma.

Para Renzi el dilema no es crecimiento o austeridad, sino crecimiento austero o austeridad con crecimiento. Y no solo crecimiento económico, crecimiento, sobre todo, de las condiciones de vida de los ciudadanos. Esa es la clave, que mantiene posiciones equilibradas, centristas podríamos decir. Políticas pensadas para las personas, hablando con las personas. En efecto, las políticas centristas son políticas de progreso porque son políticas reformistas. El reformismo auténtico, según mi parecer, parte de una aceptación sustancial de la realidad presente para mejorarla sustancialmente con la aportación de los ciudadanos. Pero esta aceptación no es pasiva ni resignada. Lejos de actitudes nostálgicas o inmovilistas, percibo las estructuras humanas como un cuadro de luces y sombras. De ahí que la acción política se dirija a la consecución de mejoras reales, siempre reconociendo la limitación de su alcance. Una política que pretenda la mejora global y definitiva de las estructuras y las realidades humanas sólo puede ser producto de proyectos visionarios, despegados de la realidad de la gente. Las políticas reformistas son ambiciosas, porque son políticas de mejora, pero se hacen contando con las iniciativas de la gente -que es plural- y con el dinamismo social.

El reformismo político tiene una virtualidad semejante a la de la virtud aristotélica, en cuanto se opone igualmente a las actitudes revolucionarias y a las inmovilistas. No se trata de una mezcla extraña o arbitraria de ambas actitudes, es, en cierto modo, una posición intermedia, pero sólo en cierto modo, porque no se alinea con ellas, no es un punto a medio en el trayecto entre una y otra. Es algo distinto, bien distinto.

La política inmovilista se caracteriza, como es obvio, por el proyecto de conservación de las estructuras sociales, económicas y culturales. Pero las políticas inmovilistas admiten, o incluso reclaman cambios. Ahora bien, los cambios que se hacen, se efectúan -de acuerdo con aquella conocida expresión lampedusiana- para que todo siga igual.
El reformismo, en cambio, aceptando la riqueza de lo recibido, no entraña una plena conformidad, de ahí que desee mejorarlo efectivamente, no haciendo cambios para ganar una mayor estabilidad, sino haciendo cambios que representen o conduzcan a una mejora auténtica -por consiguiente, a una reforma real- de las estructuras sociales, o dicho en otros términos, a una mayor libertad, solidaridad y participación de los ciudadanos.

*catedrático de derecho administrativo
jra@udc.es