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después del paréntesis>

Todo incluido – Por Domingo-Luis Hernández

   

Mi amigo Pedro es un entusiasta del asunto. Cuando para la ocasión tienes alguna duda, contesta a los conocidos sin ninguna vacilación. Teníamos poco tiempo. Se lo comenté, agosto y nos dio la salida: Fuerteventura; todo incluido. El sitio lo elijo yo, le dije, Morro Jable, no vaya a ser. ¿“Todo incluido”? El todo abarca muchas cosas, aduje, al mundo entero, y las propiedades de un hotel tienen su límite. No seas majadero. Aceptamos. Pedro y Mónica se lucen con semejante modalidad: nada que hacer, todo dispuesto, el roncito por las noches que se puede repetir, incluso un brebaje siniestro en la piscina si fuera menester.

Por allí andábamos, no perdidos sino sumidos en la desproporción. El desayuno a tal hora porque en punto cierran el comedor, la comida sin retraso porque las puertas se clausuran aunque dentro se diviertan más de la mitad de los clientes…;y la cena… Imposible prolongar esa hora primera de la luz en la cama, o el paseo por la playa, o rever algún detalle en el pueblo. Que las vacaciones no son así, discutí con él; un bocadillo de sardinas con su tomate, la pizzería de la esquina y, como puedes, un almuerzo eminente en el restaurante tal… y no esta sublime condena. Además, como has pagado, la mesa de variados quesos es tu tesoro por las mañanas, y si has llenado una copa de cava mejor tres; y tortilla francesa con hondas rebanadas de pan, pero también jamón, bacon y alguna que otra dulzura. En el almuerzo, si tres son pocos acaso la propuesta diaria del cocinero jefe no esté mal, que ya habrá tiempo.

Lo llamé. “Organícense”, aconsejó. Imposible, todo organizado, o al menos hasta donde nos dejan llegar, que con el ron de por las noches no estoy de acuerdo, que esta marca sí y la otra no. Cosa infausta, porque uno tiene ya los paladares atrofiados y lo bueno siempre sabe mejor. Una semana, en fin, historia que resulta un crimen a la conciencia cuando te miras de cuerpo entero otra vez, por los kilos de más, y un suspiro aterrador al comprobar que (aunque tengas el iPhone o el televisor de plasma tal) el cromañón que llevas dentro sale a tu encuentro desde la caverna. Inopinadamente, aunque seas un individuo racional y culto, ahí te atrapa (¡el muy…!) y te muestra la verdadera medida de tu ser.