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¿Y si grito? – Por Domingo J. Jorge

   

Si grito, elevo la voz, o, sencillamente, provoco a los demás, ya no estoy ejerciendo el derecho a mi uso de palabra y opinión, sino invado el respeto y espacio de los demás. A veces sin intención, pero lo hago. Me preocupa, no solo a mí, que soy una lajita de piedra en un gran terreno, que es nuestra vida, sino que preocupa a mucha gente, me preocupa que creamos que todo sí se puede, que todo sí se puede decir y hacer. Ha nacido, a mucho, la consideración tan moderna, y tan clásica a la vez, de que podemos hacerlo todo, que sí se puede hacer eso y más, sin pararnos a pensar que eso mismo que nosotros deseamos hacer, puede, por lo pronto, molestar o dañar al de al lado. Y quizás ha nacido el momento de analizar que el vale todo no siempre es efectivo. Lo que vale para ti, al otro no le puede valer. La equidad está en buscar el término de entendimiento.

Cuando me llamaron para decirme lo que había ocurrido el pasado miércoles en el Pleno de La Laguna, me planté eso. Cuando me relataron el suceso y cierto alboroto que se desató en el Pleno ante la petición a una vecina de que abandonara la sala por los comentarios que estaba realizando la misma en su intervención, y la opción no fue otra, de la misma señora, sino la de seguir adelante y no atender a las peticiones del pleno, me planteo lo equivocados que estamos. Somos de esa generación en la que se nos enseñó que íbamos a vivir algo distinto, que hasta ahora otros no habían conocido en España, y eso se llama Democracia. Mi profesor de Sociales en la EGB, don Moisés, mientras nos enseñaba en el colegio que íbamos a ser la generación de la Democracia, nos aseguraba que íbamos a encontrarnos con un gran hándicap, y ese no era otro que entender que la Democracia termina cuando se pierde el sentido del lugar donde comienzan los derechos del convecino. Creo, tengo derecho a ello a opinar, sin dañar al otro, que lo que sucedió en el pleno fue eso. Esta vecina se equivocó, nos pasa mucho, no entendió dónde terminan sus derechos y dónde comienzan los de los demás. Sí podemos opinar, pero no podemos romper la serenidad de un pleno democrático.