El referéndum de Escocia, ese choque de trenes de consecuencias impredecibles, y al mismo tiempo una lección de cultura democrática de pura cepa anglosajona, fue salvado por una de las bestias negras del unionismo conservador en tiempos recientes. Me refiero, querido Juan, a Gordon Brown, el aliado-enemigo de Tony Blair, su correligionario y opuesto, un gobernante brillante, aunque denostado por los suyos y al final derrotado por un mediocre, el actual primer ministro. Ya es paradójico que haya sido Brown el encargado de salvar de este embrollo a su sucesor, un David Cameron que ahora utilizará el amplio rechazo escocés a la independencia como aval para buscar la reelección. En cualquier caso, el duelo de las Tierras Altas refleja una tendencia particularmente dominante en la polÃtica presente, y es la creciente polarización de las sociedades occidentales, de Canadá hasta Australia pasando por todo el Viejo Continente y, por supuesto, Estados Unidos, donde la adscripción de los votantes no a una ideologÃa, sino a una hermandad, adquiere proporciones particularmente tóxicas. En este contexto la primera vÃctima es el pensamiento polÃtico moderado, que ya no es contemplado como una propuesta de sÃntesis, capaz de aglutinar a la mayorÃa social, sino que es definido como signo de tibieza y flojera argumental. Lo comentaba hace una semana con Luis Arroyo, prestigioso experto en comunicación polÃtica vinculado al PSOE y agudo conferenciante en la sede de nuestro Parlamento, tras feliz iniciativa de la asociación Dircom en Canarias. Hay una cosa que está clara: la defensa de polÃticas integradoras, en esta época que exige lealtades inquebrantables, serviles, exige de un vigor intelectual y una determinación poco abundante en la gobernanza presente. Como dijo Orwell, un gigante de la honradez intelectual, ver lo que tiene uno delante exige una lucha constante. Es una tarea hercúlea, pero se puede. Lo acaba de demostrar el señor Gordon Brown.
El escritor colombiano, fuerte y ácido, genial y despiadado Fernando Vallejo estuvo en Barcelona cuando acababa el siglo pasado y escribió a partir de esa visita una conmovedora y eficaz descripción de esa parte de la Ciudad Condal que se llama las Ramblas. Su tÃtulo, La Rambla paralela. Ahora todo lo que se dice acerca de Cataluña tiene su paralelo, su rambla paralela. Una de esas ramblas es Escocia, naturalmente, y también lo es el PaÃs Vasco. ¿Qué pasará desde hoy, cuando se pone en marcha la decisión de Artur Mas de reivindicar con una ley su voluntad de poner a votar en consulta a sus conciudadanos? Se abre un periodo muy difÃcil, querido Juan Manuel; un tiempo lleno de incógnitas y también un espacio de enorme peligrosidad sentimental, cultural, cÃvica y polÃtica, pues es evidente que esa voluntad soberanista ejercida en las urnas no cuenta con la aprobación del Gobierno del Estado ni, probablemente, del Tribunal Constitucional. ¿Cómo se ha llegado a ello? Si revisamos lo que ha sucedido en Escocia veremos que ha habido muy pocas lÃneas paralelas, pues para llegar al referéndum escocés hubo acuerdo de Londres con Edimburgo, hasta alcanzar el tenor de una pregunta que ya sabes cómo fue respondida. En la pedagogÃa de la posición contraria a la independencia el No contó con la contribución decisiva de ese personaje del que hablas, Gordon Brown, denostado por unos y ensalzado ahora por los que han quedado admirados por su capacidad de convicción. ¿Hubiera estado mejor el tiempo nublado que vivimos si aquà hubiera habido un Gordon Brown? Yo creo que sÃ. Pero, si este paÃs destierra a los polÃticos de experiencia, si están todos jubilados…, ¿cómo van a buscar a un Brown español? Es un momento tremendamente delicado y, lamentablemente, extremadamente banal, en los medios, en la polÃtica, en la educación. Y asà nos va, amigo.