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Rosalía y Jorge – Por Joaquín Castro

   

Qué jardín el de este matrimonio de Guamasa! En la carretera de Santa Rosa podemos admirarlo. En mis paseos al caer la tarde me llamó la atención. Profusión de dalias,, flor espectacular. Gigantescas de todos los colores, amarillas, rojas, moradas, anaranjadas, blancas, envueltas en lluvias, margaritas pequeñas, formando un jarrón. Conocí a Jorge, el creador de este jardín. Me explica las fechas en las que ha de plantar los bulbos para que en este tiempo adquieran esta belleza cromática. Al final del verano ha de plantar los crisantemos, también de todos los colores. Unas flores terminan y otras nacen, manteniendo siempre bello el jardín. Pero no solo las dalias adquieren protagonismo, allí aparecen los hibiscos con la fuerza de sus pétalos rojos junto a los rosales, que convierten el jardín en un auténtico museo del color, propio para que los pintores canarios se pasaran por allí, y lo llevaran a sus soportes. Rosalía, la esposa de Jorge, cuida con mimo cada planta y me cuenta que se entristece cuando viene un viento fuerte o muy caluroso y lo destroza. Si el Ayuntamiento de La Laguna tuviera establecido un premio de jardines, sin dudarlo sería para Rosalía y Jorge. Cerca de esta casa se encuentra la Iglesia de Santa Rosa de Lima. Y cuál no sería mi sorpresas que al entrar al templo me veo todo el techo con una red, por si cae algún cascote del tejado. Incluso sobre el altar mayor se puede ver un boquete y el cielo raso. ¿Qué le pasa a esta iglesia?, le pregunto al párroco don domingo, y me contesta que está pendiente de un permiso del Ayuntamiento de La Laguna. ¿Y si le cae a algún feligrés un teja? El culto es muy peligroso. Pensemos que pronto se tome la decisión de arreglar ese techo por parte de los permisos de las autoridades correspondientes y evitar males mayores.

De todas formas, Guamasa arde en fiestas, la música no para, ni las guitarras dejan de sonar, ni faltan las turroneras. Mis felicitaciones para Rosalía y Jorge, que cuidan con mimo su jardín, así como al cura párroco por seguir con ánimo fuerte su trabajo apostólico con sus feligreses, siempre con miedo tanto en la sacristía, donde ele techo no existe, como en al iglesia.