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Aguaceros – Por Jorge Bethencourt

   

Vamos a tener que acostumbrarnos a que de cuando en cuando nos caiga la mundial. Ya son demasiadas veces. Ya saben lo que se dice: una vez, casualidad; dos, mala suerte; tres, estadística. Y ya van varias veces que nos cae una manta de agua importante. La gente de ahora está muy poco hecha a las calamidades. Antes venían plagas de langosta, aguaceros y vientos que tiraban las paredes de los canteros y el personal se remangaba los pantalones, agarraba la guataca y apretaba los dientes y volvía a empezar. Ahora ponemos a parir al Gobierno. O al concejal. O a lo que sea. Hemos tapado los cauces de los barrancos. Hemos edificado allí donde nos salió de los santos cajones de la mesa de noche. Hemos construido una ciudad en las laderas. Y cuando caen unas lluvias como las del domingo nos ponemos a gritar porque el agua, que va de arriba hacia abajo desde que el mundo es mundo, transforma media ciudad en un río que baja hacia el mar. Hay cosas que no tienen remedio. Los túneles de la avenida marítima se van a inundar siempre. Mas vale que nos vayamos haciendo a la idea. Luego hay desastres perfectamente evitables. Lo del barranco del Cercado, en San Andrés, es una cafrada a la que alguien, algún día, de alguna manera tendrá que ponerle solución. Construir una autopista que pasa junto a riscos llenos de piedras sueltas que se desprenden con la lluvia no se le ocurre ni al que asó la manteca, pero en Tenerife los ingenieros diseñaron la presa de Los Campitos y la dársena de Los Llanos, así que no hay que extrañarse mucho. Pero echar la culpa a los demás es un consuelo perfectamente inútil. Lo que debemos aprender es que habrá más lluvias y más vientos. Así que habrá que estar al loro. Y punto.