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Alarma – Por Jorge Bethencourt

   

Ya está servido el plato de alacranes y víboras, el guisadillo de uñas de sastre, de áspides y cuanto el infierno tiene. Es el menú infernal que el fantasma de don Gonzalo, el comendador, ofrece a Juan Tenorio antes de intentar llevárselo a los brazos de Satanás. Y ya está servida, también, la histeria a la que tantos hemos contribuido desde tantos estamentos. Ayer sonaban los teléfonos con voces alarmadas que preguntaban qué hacer “ahora que el ébola ha llegado a Tenerife”. Hubo personas dispuestas a empacar sus bártulos, coger a su familia y salir por piernas. Por todas partes crecía el miedo como una poderosa enredadera hecha de rumores, medias verdades y fantasías apocalípticas. Se ha alertado el protocolo de ébola en Tenerife por el cuadro febril de una persona considerada de riesgo ya que estuvo en una zona de exposición al virus.

Se le ha hospitalizado junto a dos personas con las que tuvo contacto. Esto no quiere decir que tenga el virus. Habrá que esperar a que la analítica tenga respuesta (en Madrid, porque en colonias, por lo visto, no se hacen este tipo de análisis). Si estuviera infectado, habría que establecer un perímetro preventivo de las personas con las que tuvo contacto aunque el virus sólo se trasmite en un periodo determinado desde que aparecen los primeros síntomas. La histeria no es buena consejera. El ébola es difícil de contagiar. Se ha repetido una y otra vez. Sólo se transmite por fluidos: saliva, sangre, vómitos… y tiene una vida muy corta una vez fuera de su huésped. No hay que tomarlo a la ligera porque su tasa de mortalidad es extraordinaria, pero una pandemia, si se adoptan las medidas de control necesarias, es prácticamente imposible. Dicho esto, para Tenerife y para Canarias es una tragedia. Los medios de comunicación de toda Europa se harán eco de la histeria colectiva de la prensa, la radio y la televisión regional y española. Mañana seremos noticia en la crónica del pánico europeo. No sé qué pensarán quienes tenían previsto venir a las islas. No sé si tendrá consecuencia. Pero hemos levantado una pistola, la hemos apoyado en la sien y hemos pegado un tiro. Igual fallamos. Igual no.