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El miedo entre nosotros – Por Jorge Bethencourt

   

Ya está liada. Como no podía ser de otra manera. La gente se ha quedado estupefacta después de comprobar que el virus del ébola ha llegado a España de la manera menos pensada: en un avión de las fuerzas aéreas. Escuchan decir a las autoridades que es improbable que el virus se propague y que el contagio es muy difícil. Pero ven que ha enfermado un miembro del personal sanitario que iba altamente protegido y que los países están alarmados ante lo que está pasando. Señales contradictorias. Miedo. “La chica ha empezado con diarrea también. Chicas confirmado, me cago en la puta, hacia el Carlos III. Tengo los pelos como escarpias. Es positivo”. Es el expresivo mensaje vía WhatsApp de una enfermera. Toda la literatura oficial, la falsa seguridad que se ofrece con medidas que luego fallan, se quiebra ante la evidencia. Un miembro del equipo que atendió a un enfermo de ébola, que murió, estuvo a su aire, sin control, sin vigilancia, sin tutela, sin estar obligado a comunicar su estado a ningún organismo. Una auxiliar de enfermería que empezó a mostrar síntomas de fiebre fue a un centro de salud y a un hospital públicos, entre otras decenas de personas, sin que nadie levantara la voz de alarma. Eso es una chapuza colosal. Falló el protocolo de contención biológica. Pero fallaron aún más los organismos de salud. Lo hemos visto en el cine. Las epidemias empiezan así. Un primer caso que escapa al control y que se expande de forma geométrica. El virus ha llegado al mundo de los ricos y el miedo nos sube por las patas. Ya no son negros en esa África que nos desinteresa. Lo hemos traído a casa y lo hemos soltado, con incompetencia, en nuestras calles. El mundo nos mira entre preocupado y curioso. España, qué país.