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Sólo tienen dinero – Por Carmelo J. Pérez Hernández

   

El olor a chorizo del malo está tan extendido por la solana política de todos los colores en este país que resulta complicado desentenderse del tema. Y no sólo apesta la cloaca excavada por los presuntos servidores públicos. A veces da la impresión de que basta con que un ciudadano alcance cierta relevancia y disfrute de algún tipo de influencia para aventurar sin excesivo riesgo que tarde o temprano lo pillaremos con las manos en la masa. Ahí está, si no, la otrora viuda de España reconvertida en genuina choriza española. Junto a ella desfilan Messi, la Caballé, la Torroja… Mi madre está horrorizada con este panorama. Mucha gente, además de indignada, se muestra desolada. No me refiero, ni de lejos, a estos cocodrilos de la cúpula de los partidos, que pronto han sacado a pasear sus lágrimas de ídem y a deconstruirse en público alegando desconocimiento y dolor de corazón. No todos los políticos roban, pero la inmensa mayoría sabe o intuye con solvencia quién roba en su partido, desde cuándo lo hace y cómo se las ingenia. Distinto es que se tenga verdadero interés en saberlo. Pero conocerlo, lo conocían. Por eso es tan positivo que salgan a la luz las hordas de timadores un día avalados por nuestras papeletas electorales y que desfilen caminito de Jerez o de donde sea que les preparen la celda. Es bueno para la democracia hacer cosecha de mangantes trajeados y de sus consentidores. Lo malo es que, con tan prolija recolección de mamarrachos paseándose por las pantallas de televisión de paso hacia los juzgados, se ha convertido en un empeño casi heroico que padres y educadores introduzcan en sus conversaciones con los muchachos lo importante que es servir a los demás. Y no digamos nada de promover con ellos una cultura del esfuerzo, de alcanzar metas en base al sacrificio, de prepararse más para ofrecerse mejor… No soy derrotista. Es sólo que convivo a diario con chavales de Secundaria y Bachillerato y en ocasiones tengo la impresión de que hablo un idioma distinto al suyo. De que nunca vamos a entendernos. En el fondo, sé que no es del todo cierto esto que digo. En realidad, confío contra toda esperanza en que nos salvará como personas y como comunidad esa necesidad honda grabada a fuego en nuestro yo más profundo que nos impulsa a ser un regalo para los demás. Yo creo que lo que sucede es que multitud de experimentos sociales han favorecido que nos instalemos en una especie de adolescencia permanente. Algo así como un estado patológico que mueve a cada individuo a buscar ser servido y a no servir. Pero esta pubertad compartida pasará. Los creyentes tenemos una responsabilidad irrenunciable en ese nuevo amanecer. Nos dice hoy la Escritura que nuestro Dios disfruta viendo crecer los tesoros con que nos ha adornado por dentro. Talentos los llama. Ésa es la materia con la que está fabricada nuestra vocación de servicio a los hombres. La promesa es clara: “Al que tiene, se le dará y le sobrará; pero al que no tiene, se le quitará hasta lo que tiene”. O lo que es lo mismo: crecerá, florecerá, amanecerá quien se convierta en un regalo para los demás. Y quien se guarde a sí mismo para no desgastarse, ése se convertirá en polvo y en nada. En un lastre. En un chorizo. Quizá en alguien tan pobre que sólo tiene dinero.
@karmelojph