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108 años de historia viva de Santa Cruz

   
Rosalba Castro vive en el Asilo de Santa Cruz, donde recibe la visita de familiares, como su sobrino Joaquín Castro (foto inferior). / SERGIO MÉNDEZ

Rosalba Castro vive en el Asilo de Santa Cruz, donde recibe la visita de familiares, como su sobrino Joaquín Castro (foto inferior). / SERGIO MÉNDEZ

NATALIA TORRES | Santa Cruz de Tenerife

“En los primeros años del novecientos tuvieron lugar en Santa Cruz varios acontecimientos dignos de mención (…) Teodomiro Robayna y Pedro y Eduardo Tarquis ponen en marcha el Museo Municipal. Se inaugura el tranvía eléctrico, cuya compañía solicita permiso para acoplarse a las aguas de Monte Aguirre para suministrar a las turbinas que acababa de instalar en La Cuesta; se concede licencia a la Sociedad Añaza para la construcción de su sede -templo masónico- en la calle de San Lucas, previo pago de 44 pesetas con 50 céntimos de derechos municipales; también -pues a pesar de los cortos recursos municipales fue un año de subvenciones- se concedió una de 1.500 pesetas a Carmen Monteverde de Hamilton, Manuela Gurrea de Guimerá, Diego Guigou y Costa, Patricio Estévanez, y Ángel Crosa, para su proyectado Hospital de Niños”. Con estas palabras describía el cronista oficial de Santa Cruz, Luis Cola Benítez, los albores del siglo XX en Santa Cruz, unos años en los que nació la protagonista de esta historia, Rosalba Castro Bello, que el próximo febrero cumplirá 108 años. Una edad que la convierte en la mujer con más años de Canarias y la sitúa entre las 20 más longevas de España.

Esta abuela de todas las abuelas lleva con dignidad y aplomo tan larga existencia, un devenir vital que le ha permitido ser testigo de los hechos históricos más importantes de una ciudad como la de Santa Cruz, que cuando ella nació, allá por 1907, contaba con tan solo 40.000 habitantes, frente a los más 200.000 de la actualidad.

Los ojos de doña Rosalba no pierden detalle de lo que tiene a su alrededor mientras saborea una taza de chocolate que la acompaña durante la charla con DIARIO DE AVISOS. El Hogar de Nuestra Señora de Candelaria, el popular asilo de ancianos de la capital del que se encarga la Congregación de las Hermanitas de los Ancianos Desamparados, es ahora su casa, pero antes lo fue el domicilio familiar en el que nació, en la avenida de Las Asuncionistas, la céntrica calle Cruz Verde, a la que se trasladó más tarde, o el piso que compartió con su hermana en la calle Tomás Morales, lugares que recuerda a la perfección. Nunca se casó, aunque admite que sí que tuvo algunos “pretendientes”, pero la rigidez de su padre impidió que algún novio superara sus exigencia. Con seis hermanos y más de una quincena de sobrinos, trascurrió su juventud y edad adulta rodeada de los suyos.

Rosalba Castro vive en el Asilo de Santa Cruz, donde recibe la visita de familiares, como su sobrino Joaquín Castro (foto inferior). / SERGIO MÉNDEZ

Rosalba Castro vive en el Asilo de Santa Cruz, donde recibe la visita de familiares, como su sobrino Joaquín Castro (foto inferior). / SERGIO MÉNDEZ

Doña Rosalba recuerda cómo ella y sus amigas iban a la plaza de La Candelaria a pasear por las tardes. “Allí Dimas cobraba una perra por sentarnos en las sillas que había en la plaza”, los mismos asientos que los más pícaros usaban sin pagar. “Cuando venía a cobrarles se levantaban y se iban corriendo”.

A pesar de formar parte de una familia acomodada de Santa Cruz, reconoce que el periodo de la Guerra Civil y de la posguerra supuso pasar muchas estrecheces, las mismas que ella y su familia intentaban minimizar entre los más necesitados. “Dos de mis hermanos fueron a la guerra”, rememora. “Uno porque le tocó por quinta y otro porque se alistó voluntario”. Fue en esa época cuando, como otras jóvenes de la capital, acudió a lo que se conocía como los talleres patrióticos en los que, cuenta doña Rosalba, “cosía para el Ejército todo tipo de prendas”. “En ese tiempo faltaba de todo”, sentencia y detalla cómo al puerto de Santa Cruz “llegaban lanchas desde África que traían de todo y vendían las cosas en la ciudad”.

Pasó la guerra y llegó la posguerra en la que se implantaron una serie de acciones para ayudar a las familias sin recursos como el plato único. “Íbamos por las casas pidiendo ayuda para los más pobres”, recuerda. Estas labores de beneficencia se mezclaban con otras de ocio, como las de cualquier joven de la capital, acudiendo a bailes como los del hotel Camacho, en Tacoronte, de donde era parte de su familia, o al Teatro Guimerá. “Quitaban las butacas para que pudiéramos bailar”, recuerda. “Allí se hizo el primer baile de magos”. La llegaron a proponer para reina de las Fiestas de Mayo, pero su padre no lo permitió.

El día a día de una centenaria

-Aunque en un primer momento Rosalba se confiesa cansada de tanto vivir, enseguida rectifica y asegura que le pide salud y fuerza a 2015. Cada sábado acude a la capilla del Hogar de Nuestra Señora de Candelaria para asistir a misa. A pesar de sus años, su intelecto se mantiene intacto y, aunque le cuesta expresarse, lo hace perfectamente. Reconoce que los ejercicios diarios que practica con las fisioterapeutas que acuden al asilo la cansan más que ponerla en forma, pero no se niega a hacerlos porque sabe que la benefician.

-Cuando se le pregunta qué le parece el Santa Cruz que ella recuerda comparado con el actual, su valoración es que la ciudad ha ido a peor. Sigue la actualidad a través de la televisión y reconoce que le gusta el nuevo rey, aunque su mujer no le genera aún mucha confianza; al igual que muchos españoles, cree que está demasiado flaca. En cuanto a su actual hogar, dice que la tratan muy bien, aunque recuerda con añoranza a la persona que la cuidó durante 15 años en su casa.