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La cosa empezó en Galilea – Por Carmelo J. Pérez Hernández

   

Algunos no recuerdan ya dónde y cómo empezó la cosa. Me refiero a que muchos creyentes no guardan memoria de por qué comenzaron a serlo, de cuál es el camino que han recorrido y de por qué siguen llamándose así. En una sociedad como la nuestra -de raíces cristianas, que dirían los estudiosos- la mayor parte de los que invocamos el nombre de Cristo comenzamos a hacerlo en nuestra infancia y por contagio, porque formaba parte del legado que los padres transmitían a sus hijos al desearles lo mejor: lo mismo que se intentaba contagiar la buena educación o las mejores costumbres.

Pero llega un momento en el que la costumbre y la tradición ya no son alimentos suficientes. Por eso, para cada uno la cosa empieza en realidad de forma diferente en el momento en el que cada cual decide tomar las riendas de su propia vida y, o bien hace limpieza para siempre de algunas herencias que ya no le aportan nada, o bien retoma esos mismos capítulos con el deseo de hacerlos verdaderamente propios, de darles una importancia nueva, personal.

Es lo que pasa con la fe. Algunas personas de familias creyentes de toda la vida, llegado el momento de personalizar su fe, dimiten de su condición de bautizados en Cristo. Sucede entonces que muchos de ellos, no obstante, deciden conservar su sentimiento religioso con el mismo interés con el que preservamos entre todos la lucha canaria, por ser una hermosa tradición que nos conecta con nuestros orígenes. Y ahí los tenemos: son los cristianos de temporada, fieles a la celebración de la Navidad y la Semana Santa, como poco. Y que no me toquen la Virgen de Candelaria ni el Cristo de La Laguna, o vamos a tener un problema.

Tampoco faltan los que, llegado su momento de las decisiones, optan por prescindir de la religión de sus padres y se embarcan en la aventura de dirigir su vida en base a lo que dicte su corazón. Con mayor o menor acierto.

Ni apatía, ni abandono. Ni arqueología religiosa, ni aventuras místicas de resultado incierto. Lo que el apóstol Pedro propone hoy a todos los hombres y mujeres que han oído hablar de Jesucristo es que recuerden “cómo empezó la cosa”: “La cosa empezó en Galilea. Me refiero a Jesús de Nazaret, ungido por Dios con la fuerza del Espíritu Santo, que pasó haciendo el bien y curando a los oprimidos; porque Dios estaba con él”.

Ése es el comienzo del que debiera guardar memoria quien busque cuidar su fe, convertirla en el motor de su vida. Jesús, sólo importa Jesús. Lo vital para un cristiano es Cristo. Y todo lo demás es accesorio, una muleta que nos regala la Historia y nos proporciona la vida para sostenernos en la búsqueda de Dios.

Quien lo tiene claro y busca tener experiencia personal de Dios, lo mismo que se tiene experiencia del frío o de la noche, de la lluvia o de la visión del arcoiris… quien sabe que esta cosa de la fe que compartimos comenzó en Cristo, ése es cristiano. Quien olvida que somos de Cristo pervierte esta aventura que es la fe, ocupe el lugar que ocupe.

La cosa empezó con Cristo, nacido en Belén. Dios hecho carne, mensaje y mensajero de parte de Dios. Y todo lo demás es camino que se recorre y se olvida; no es la meta.

@karmelojph