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Este año que nos viene – Por Juan Julio Fernández

   

Hace unos días apuntaba como problemas candentes en España y en este año que nos viene la falta de empleo, la corrupción y el territorial, agravado este último por el independentismo impulsado últimamente en Cataluña hasta hacer creer a muchos, españoles y extranjeros, que es un movimiento popular y democrático, cuando realmente no lo es. La cuestión catalana viene de lejos. El entonces honorable Pujol la resumió en 1986, al hablar de “las tres dimensiones históricas de Cataluña”: la continental con Europa -una reminiscencia de la marca hispánica de Carlomagno, que lo fue más del lado norte de los Pirineos que del sur-; la española -desde el conde de Barcelona, por matrimonio en 1137, convertido en Rey de Aragón -; y la mediterránea – en el siglo XIII, iniciada por Jaime I el Conquistador-. Y concluyó afirmando que “dar la espalda a nuestra vocación española no tiene sentido, lo europeo es esencial y lo mediterráneo adereza esto”. Así de claro.

El nacionalismo liberal y burgués de CiU, hoy con Mas y una clara deriva hacia el independentismo, reivindicó en 1977 la cuestión catalana antes de la Constitución, asumida por el Gobierno de Suárez y la mayoría de las fuerzas parlamentarias al restablecer la Generalitat con Tarradellas, presidente más nominal que efectivo en el exilio, que la aceptó valorando la dimensión española, de la que Pujol y antes otros catalanistas relevantes habían hablado. El nuevo Estatut se aprobó en 1979, con la nueva Constitución, y en él se establece “un marco de libre solidaridad con las restantes nacionalidades y regiones del Estado”. Contaba con 57 artículos y quince disposiciones adicionales, y, en 2006, apoyándose en la ocurrencia de Zapatero de dar por bueno lo que aprobara el Parlamento catalán, fue sustituido por otro, farragoso, ambiguo, reglamentista y lleno de lugares comunes, con 245 artículos y disposiciones complementarias.

Apoyado por los convergentes, los socialistas y la izquierda, busca una igualdad entre los gobiernos de Cataluña y del Estado, con atribuciones en política exterior que ha dado pie a la apertura de embajadas en algunos países. Pero hay que decir que en el referéndum convocado al efecto solo contó con un 36 por 100 de síes, mientras más de la mitad de los electores le volvió la espalda, aunque dando pie a que otras comunidades autónomas empezaran una carrera para equipararse a los que consideran privilegios para los catalanes, resquebrajando el Estado de las Autonomías.

La cuestión catalana ha entrado en un camino que afecta a España y a Europa y el rechazo a lo que puede suponer la ruptura del Estado empieza a notarse en las últimas encuestas, sobre todo por sus consecuencias económicas. La salida de España conlleva la salida de Europa y, además, emocionalmente, una fractura de la convivencia social y familiar acuñada en más de cinco siglos de historia, a la que, mayoritariamente, no parecen dispuestos los catalanes españoles ni los españoles catalanes.

Esta mayoría suele definirse como la silenciosa y que, como apunta Mario Vargas Llosa, integrado en el movimiento de la sociedad civil libres e iguales, se siente intimidada y con pocos medios para manifestarse y expresar su voluntad, pero que, llegado el momento, sin duda lo hará, en consonancia con lo que decía De Gaulle de que la política democrática es hacer posible lo que es necesario. Y que el futuro es la unión, el better together, mejor juntos. Los reinos de taifas pertenecen al pasado.