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El practicante del pueblo – Por Salvador García Llanos

   

Manolo Yanes no necesitó de selfie -la palabra del año que dijo adiós- para cumplir con esa tarea pastoral que era, en tiempos difíciles y de carencias, poner una inyección y auxiliar a personas enfermas o necesitadas. La suya, en el Puerto de la Cruz, fue una labor inmensa, silenciosa y humilde: el practicante del pueblo, el que siempre fue a pie, para el que no había horarios ni objeciones con tal de acceder a sitios recónditos o nuevos núcleos de población. Se conocía los vericuetos del municipio como muy pocos. Y más: localizaba perfectamente a familias y descendientes. Siempre atento, observador, un modelo de amabilidad. Sus palabras de ánimo reconfortaban, en todos los sentidos. Hay quien las invoca casi como una terapia. Manolo cumplió noventa y nueve años el último día de 2014. Nació en plena confrontación bélica, la conocida como Primera Guerra Mundial, meses después del asesinato del archiduque Francisco de Austria y años antes de que Alemania pidiera el armisticio, hasta la firma del Tratado de Versalles. Yanes, siempre atento a la radio y a los periódicos, cuando estos fluían de casa en casa, vio pasar conflictos y regímenes políticos con la naturalidad propia de un hombre tranquilo que se granjeó el respeto y la simpatía de sus paisanos, de todo el mundo que le conoció. Vivió pensando en los demás y se multiplicó para asistir a quienes lo necesitaban. La memoria de abuelo Manuel es fértil. Su lucidez es admirable. Es la memoria de un hombre informado que, sin tener que alardear, ha sabido procesar y distinguir las fuentes. Como que aún lee la prensa y alguna publicación que le acercan. Recuerda hechos y personajes locales con precisión. Pero también episodios de la guerra incivil española, de cuando anduvo por el frente y ya hacía labores de atención sanitaria. Recita poemas y versos de aquellos que circulaban de forma anónima por la ciudad en una suerte de intercomunicación que antecede a las redes sociales. Algunos son de su propia autoría, como estos: “El difunto Pablo Iglesias/ la República buscó./ Pero nunca consiguió/ darle fin a su promesa./ Luchó con delicadeza,/ formaba revolución./ Pero siempre fracasaba/ porque entonces le faltaba/ la unión del pueblo español”. Son una sencilla muestra de sus inquietudes sociales. Un hombre del que todos sus familiares pueden sentirse plenamente orgullosos. Padre de nueve hijos, dos de ellos fallecidos aún muy jóvenes. Entre todos, por cierto, hay que consignar políticos de distinto signo que ya no ejercen: Isaac Valencia y Gregorio Pestana son sus yernos. Sin olvidar al malogrado alcalde portuense y gobernador tinerfeño, Francisco Afonso, uno de sus tantos sobrinos que también seguía con mucha atención sus relatos y la identificación de miembros de linajes de la localidad. Sacó adelante su familia acudiendo puntualmente a su trabajo en la cercana fábrica de harina de los Topham, en la calle Blanco.