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Yihadismo – Por Juan Julio Fernández

   

De siempre -y ya son algunos los años sumados- recuerdo la expresión guerra santa para denominar el expansionismo musulmán en nombre de Alá, buscando nuevos territorios y la dominación de los infieles. Ahora esta guerra ha dado paso al yihadismo que encubre las acciones sangrientas de los islamistas más radicales que buscan, por este camino, eliminar a los infieles que no comparten sus creencias. Se habla, pues, de yihadismo para referirse a las ramas más violentas dentro del islam político, lo que, para los occidentales identificados con las democracias liberales, no es otra cosa que terrorismo.

Y creo que fue a partir de los atentados del 11 de septiembre de 2001 contra las Torres Gemelas de Nueva York cuando se extendió su uso como sinónimo de terrorismo islámico o terrorismo islamista, utilizados con frecuencia en los medios de comunicación, aunque no siempre aceptados por los teóricos del liberalismo o los incondicionales de la corrección política, al entender que su uso es una forma de hacerle el juego a los radicales del islam que sostienen que las democracias occidentales, por naturaleza, les son hostiles.

Yihadismo o guerra santa, hoy como sinónimos, no dejan de ser violencia y terrorismo brutales del que el último episodio -la masacre del director, dibujantes y directivos del semanario francés Charlie Hebdo-, ha puesto en pie al mundo occidental que parece haber llegado a la conclusión de que es imprescindible una acción conjunta para establecer una línea roja infranqueable, un cordón sanitario de “hasta aquí hemos llegado” que preserve los derechos humanos que tanto trabajo ha costado alcanzar y que se siente obligado a preservar y consolidar.

A pesar de la evidente brutalidad del atentado en París, no han faltado críticas que, sesgadamente o de buena fe, intentan justificar la matanza de los periodistas por la actitud del semanario satírico, entendida como injuriosa para el islam, pero olvidando que, antes, sin que mediaran caricaturas recibidas como ofensivas, se registraron masacres como las de Nueva York, Londres y Madrid que dejan fuera de toda duda que no fueron los lápices los que provocaran la matanza y que estos sectores radicales del islam utilizan a Alá para tratar de imponer su ideario teocrático y totalitario, con total desprecio de la vida humana, al mundo que por liberal y democrático consideran su mayor enemigo.

La religión -cualquiera- puesta al servicio o utilizada por interesados poderosos para sojuzgar a los demás, es una amenaza contra la libertad. La sociedad laica ha sido y es una conquista indudable para la humanidad libre que -también hay que decirlo- fue defendida por Cristo cuando predicó lo de “a Dios lo que es de Dios y al César lo que es del César”- y que no practicaron sus seguidores cuando establecieron la Santa Inquisición para llevar a la hoguera a quienes consideraban infieles, una época oscura felizmente superada y una aberración que ahora practican algunos de los que dicen seguir a Mahoma y no solo contra cristianos, judíos y no creyentes, sino también contra otros musulmanes, una mayoría pacífica, que, ateniéndose al espíritu del Corán, también la rechazan y sufren, aunque con harta frecuencia se mire para otro lado.

Con todo y con cuantas matizaciones sean precisas, en defensa de la libertad individual como el primero -e inalienable- de los derechos humanos, hay que decir Je suis Charlie y dejar claro que la yihad, en la que intentan legitimarse los más radicales del islam, es inaceptable para todo hombre y mujer libre, para quienes la vida es innegociable.