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¿Dónde está el centro? – Por Jaime Rodríguez-Arana

   

Felipe González, quién lo podría imaginar, acaba de salir a la palestra de la actualidad política para echar en falta en el escenario ideológico español el espacio del centro. Y tiene razón. Unos se mantienen en el inmovilismo para que todo siga igual, otros plantean arrasar con todo para empezar desde cero y algunos no paran de hacer frasecitas de diseño a cuál más pintoresca. Y mientras, las aspiraciones de cambio y de transformación de la ciudadanía huérfanas de envoltura política. El centro, sin embargo, sigue de moda, vuelve porque los ciudadanos desean reformas de calado, de fondo, en el sistema político, en el sistema económico, en el sistema social. Reformas que no se reducen a una serie de parches, más o menos bien presentados, que mantienen el statu quo. Por eso el centro es cada vez más esperado. Porque uno de los rasgos que mejor define este espacio político es el de la reforma permanente para la mejora integral de las condiciones de vida de los ciudadanos. En efecto, en este concepto se encuentran conjugados una serie de valores, de convicciones, que permiten delimitar con precisión las exigencias de una política que quiera considerarse centrada, o de centro. Una forma de hacer política que está permanentemente poniendo el foco en las personas y en la promoción de la libertad solidaria de todos los ciudadanos, fundamentalmente de los desvalidos y de los más frágiles. El reformismo implica en primer lugar una actitud de apertura a la realidad y de aceptación de sus condiciones. A partir de esta base, las políticas públicas deben caracterizarse por la mejora constante de la realidad de manera que tal posición repercuta en un mayor bienestar y calidad de vida para todos los ciudadanos. Reforma y eficacia, pues, van de la mano pues no es concebible desde el centro la reforma que no implique resultados para la mejora de las condiciones de vida de los habitantes. Crecimiento económico, claro, pero al servicio de las personas. Austeridad en el gasto, por supuesto, pero que haga posible políticas humanas y solidarias. El reformismo va de la mano de políticas de integración y de cooperación que reclaman y posibilitan la participación de los ciudadanos singulares, de las asociaciones y de las instituciones, de tal forma que el éxito de la gestión pública debe ser ante todo y sobre todo un éxito de liderazgo, de coordinación, dicho de otro modo, un éxito de los ciudadanos. Hoy, la ausencia de participación es un preocupante problema. En España precisamos de reformas que vayan al fondo de los problemas. A los pilares, por ejemplo, del modelo autonómico, modificando la Constitución para mejorar el desempeño de los gobiernos y administraciones territoriales. A los fundamentos del sistema educativo, a los basamentos del orden político, social y económico en general. Los parches, levísimos retoques para que todo siga igual, no sirven. La situación es grave y es menester buscar acuerdos y contar con la ciudadanía. En este momento, las reformas que espera la gente son reformas pensando en y con los ciudadanos, no tanto cálculos o aritméticas electorales para estar siempre en la cúpula. Para ello, ojala que exista el entendimiento necesario y superemos el pensamiento de confrontación. Hoy, qué pena, las instituciones han sido superadas por las facciones. El inmovilismo genera crispación y la demagogia revolucionaria impotencia. El espacio del centro, pues, cobra actualidad y debería hacer acto de presencia para infundir la moderación, la templanza y la cordura que precisamos.

*Catedrático de Derecho Administrativo y miembro de la Academia Internacional de Derecho Comparado de La Haya