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El gafe – Por Wladimiro Pareja Ríos

   

La verdad es que no sé cómo comenzar este artículo y si es cierto eso que dicen que mejor hacerlo en voz baja para no atraer la mala suerte, me da que sería mejor empezarlo en otro momento. Pero uno no puede ni debe escribir con miedo, así que allá voy…

Les voy a contar algunas anécdotas de un hombre de esos que conocemos como mala sombra o gafe. Cuentan que cuando él entraba en la sala de máquinas del telégrafo en Santa Cruz, quien estuviese trabajando apagaba de inmediato el aparato porque coincidía que, ante su presencia, ocurrían descargas eléctricas y en palabras de un compañero suyo: “No quiero morir electrocutado”.

En otra ocasión, el buque Juan Sebastián Elcano atracó en el puerto y permitieron que la ciudadanía acudiera a verlo en su interior; cuentan que en la escalera-rampa para acceder a él, nuestro personaje comenzaba a subir, cuando una mujer comenzó a descender, él amablemente insistió en cederle el paso, ¿saben lo que ocurrió? La mujer se tropezó y cayó por la rampa con una pierna partida. A esta altura del relato la persona que me está contando las anécdotas tiene los ojos bien abiertos y aunque tiene formación científica y estuvo presente en cada caso, no tiene explicación para ello. Continúo…: “Subíamos por la calle Carrera en La Laguna y nos encontramos con otro amigo y su hijo, él sacó un caramelo y se lo dio al niño y continuamos hablando, de repente el chico comenzó a sangrar por la boca ¡porque se había cortado la lengua con la pastilla!”.

También hubo que hacer una sustitución en La Gomera: el coche oficial fue a recogerlos, el conductor ya conocía la fama y halo que traía nuestro amigo, estaba prevenido, pero nada pudo hacer… se le picó una rueda y algo más adelante reventó el motor, cuando ya la grúa se llevaba el coche… ¿qué ocurrió? Por lo visto lo inevitable…, se averió. El conductor del coche oficial y el grúa sabían que ya habían tentado demasiado la suerte y que quizá lo siguiente fuera despeñarse, según nos dijeron, así que amablemente y con cierta inquietud, nos pidieron que nos bajásemos y que ellos llamarían a un taxi.

Esta pequeña historia, por otro lado real, que acabo de contarles y que he sintetizado porque es mucho más amplia, nos acerca al término “gafe” que deriva de la expresión “gafo” o persona que padecía una variedad de lepra muy contagiosa y dañina, por lo que si te cruzabas con algún enfermo que la sufría, por prudencia, debías alejarte y evitarla si no querías contagiarte. Así que en la actualidad el uso que le damos a esta palabra como alguien que tiene mala suerte y que la provoca, tiene sus orígenes en una enfermedad.

Lo curioso del asunto es que igual que en un extremo del continuo de la suerte están los gafes, en su opuesto estarían aquellos otros dotados de la habilidad de atraer la buena suerte (con picardía), para que nos entendamos… a los que les toca la lotería muchas muchas muchas veces.

*Psicólogo wladimiropareja@gmail.com