X
avisos políticos >

Las novias yihadistas – Por Juan Hernández Bravo de Laguna

   

El pasado domingo 8 de marzo se celebró el denominado Día Internacional de la Mujer Trabajadora, también llamado Día Internacional de la Mujer, una fecha que conmemora la lucha de la mujer por su participación política y social igualitaria con los varones, y por su desarrollo integral como persona. En algunos países tiene, incluso, la consideración de fiesta oficial (por ejemplo, Chile desde 1977). ¿Cómo se gestó esta fiesta? En 1910, en la II Conferencia Internacional de Mujeres Socialistas reunida en Copenhague, se reiteró la demanda de sufragio universal para todas las mujeres y, a propuesta de Clara Zetkin, se proclamó el 8 de marzo como el Día Internacional de la Mujer Trabajadora. La propuesta de Zetkin fue respaldada unánimemente por la Conferencia, a la que asistían más de cien mujeres procedentes de 17 países, entre ellas las tres primeras mujeres elegidas para el Parlamento finés. Años después, en 1931, serían elegidas las tres primeras diputadas españolas. El objetivo de todas estas iniciativas era promover la igualdad de derechos para las mujeres, incluyendo el derecho de sufragio activo y pasivo, el derecho a elegir y a ser elegidas.

Como consecuencia de esta decisión adoptada en Copenhague el año anterior, el Día Internacional de la Mujer Trabajadora se celebró por primera vez en marzo de 1911 en Alemania, Austria, Dinamarca y Suiza, con diversos mítines a los que asistieron en total más de un millón de personas, que exigieron para las mujeres el derecho de voto y el de ocupar cargos públicos; el derecho al trabajo, a la formación profesional y a la no discriminación laboral. Desde entonces, esta conmemoración se ha venido extendiendo a numerosos países. En 1975, la Asamblea General de la Organización de las Naciones Unidas declaró el 8 de marzo como Día Internacional de la Mujer; y en diciembre de 1977, dos años más tarde, proclamó el 8 de marzo como Día Internacional por los Derechos de la Mujer y la Paz Internacional. La decisión de la ONU llevó a varios países a oficializar este día (antes citamos el caso de Chile).

En las democracias de nuestros días los derechos fundamentales que se reivindicaban en aquellos días están garantizados por igual para los varones y para las mujeres. A veces, incluso con sistemas como el de las cuotas, que en España sufriremos en todas las candidaturas de las próximas convocatorias electorales, y que nos parecen un insulto a las propias mujeres. Es humillante que la única cualificación -y justificación- para ocupar un cargo o un puesto en una lista electoral sea ser mujer. Algunas ministras de Zapatero saben mucho de eso. En este sentido, ha sido muy comentada -y criticada- la ausencia de mujeres en el nuevo Gabinete griego. Tampoco abundan entre la dirección de Syriza y de Podemos, salvo alguna de Izquierda Unida. Es la ventaja de la izquierda radical, que no tiene complejos y no está maniatada por lo políticamente correcto. En definitiva, el problema de la mujer en las democracias parece estar circunscrito a la persistente violencia doméstica y a la equiparación salarial en el sector privado, porque en el sector público siempre ha existido. Sin embargo, diversas corrientes feministas e izquierdistas no aceptan este planteamiento, e incluyen en el debate el aborto libre y gratuito, un asunto que enfrenta y divide a las propias mujeres y al conjunto de la sociedad. Sin ir más lejos, en la manifestación de Madrid del pasado domingo fue una de las reivindicaciones predominantes, si no la que más.

Fuera de las fronteras democráticas la situación de los derechos humanos es espantosa. Lo es también para los varones, por supuesto, pero las mujeres sufren una opresión añadida por el simple hecho de serlo. La ablación genital, fomentada y practicada por madres y abuelas; la esclavitud sexual; la poligamia, legitimada por la religión; la minoría de edad perpetua y la dependencia absoluta de maridos y padres son solo algunas de las lacras intolerables que sufren las mujeres en demasiadas regiones de todo el mundo. Sin ir más lejos, en los campamentos de Tinduf y con la complicidad -y el silencio- del progresista Frente Polisario, se suceden los casos de mujeres mayores de edad retenidas por sus padres en contra de su voluntad y reducidas a la condición de sirvientas domésticas. En una democracia, esos padres estarían condenados por secuestro. En Tinduf, gozan del reconocimiento de su comunidad.

Si esta es la situación en los casos menos radicales, ¿qué esperar del llamado Estado Islámico, en donde estas prácticas se aplican con un particular salvajismo? ¿Qué pulsión de muerte empuja a mujeres que viven entre nosotros y comparten nuestros derechos a huir para integrarse en ese Estado? Lo menos que puede ocurrirles allí es terminar compartiendo un marido con otras mujeres, recluidas en su casa y reducidas a la condición de paridoras de futuros yihadistas. Los mismos irresponsables que acuñaron lo de la primavera árabe las denominan las novias yihadistas. Y su terrible realidad convierte el Día Internacional de la Mujer en una celebración de cartón piedra y en un cruel sarcasmo para consumo de occidentales.