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Los brazos por los que brotó agua

   

Antonio Juan Pérez (izquierda) conserva buena parte del instrumental que usaban los antiguos cabuqueros, como Honorio Pérez. | ACFI PRESS

DAVID SANZ | Santa Cruz de La Palma

El trabajo sacrificado, anónimo y arriesgado de hombres como Honorio Pérez Cabrera en la perforación de galerías de agua en La Palma, garantizó el líquido más preciado a multitud de hogares y tierras de cultivo. Ahora, con 69 años, recuerda esa labor de titanes, la de cabuquero, en la que se inició a los 19 años y abandonó en 1970, cuando decidió marcharse a trabajar a Holanda. Vecino de La Dehesa, trabajó en casi todas las galerías del entorno de este núcleo de la capital. “Para trabajar en una galería hay que ser duro”. No eran solo las condiciones en el interior de la galería, sino que, en muchos casos, ni siquiera llegaban al lugar de trabajo “las bestias” y tenían que cargar todo el material al hombro. Su padre había sido cabuquero y fue el único de los ocho hermanos que continuó con el oficio. Un trabajo que estaba bien pagado en la época. “Cobrábamos 600 pesetas al día”, cuando, según recuerda, los salarios en la ciudad rondaban las sesenta pesetas. La dureza de la piedra, los gases, el peligro de la explosiones de la dinamita, el calor infernal que se producía a veces en el interior de las galerías esculpía a estos hombres que fueron progresando en el arte de horadar la pared.

Honorio Pérez recuerda que, cansado de cargar las carretillas de escombros, decidió sacarse el carné de cabuquero, lo que le permitió estar al frente de las excavaciones y utilizar la dinamita. Y pese a las fatigas de un trabajo tan sacrificado, asegura que “cuando llevas seis meses en la galería, ya no quieres ir a trabajar al sol”. Quizá, entre otras cosas, porque en el interior de esas galerías, donde la fragilidad del hombre es evidente, se forjan grandes amistades, como le ocurrió con Nicolás Barroso, de Tenerife, otro cabuquero a quien reconoce que “nunca le pude ganar” excavando.


Algo de técnica

Una de las personas que mejor conoce y valora la labor de los cabuqueros es el empresario, también de La Dehesa, Antonio Juan Pérez. Su padre estuvo vinculado a la iniciativa privada para captar agua y pudo vivir en primera persona buena parte de ese proceso. Un oficio, el de cabuquero, que considera una auténtica “labor de titanes” y que experimentó una evolución a medida que fueron mejorando los medios técnicos.

“Al principio abrían los barrenos, que son los agujeros que taladras en la piedra para colocar la dinamita, a pistoleta y maza. Con un cincel, que un hombre se encargaba de hacerlo girar entre 15 o 20 grados cada vez y otro percutiendo detrás para que fuera horadando la piedra”. Todo el proceso era igual de arduo y, por ejemplo, los raíles entonces no eran metálicos sino de madera de tea, por lo que era fácil que descarrilaran los vagones llenos de escombro.

Pero es que además, cuando el trabajo era exclusivamente manual, una vez hacían los barrenos y explotaban la dinamita, lo que se conocía como “dar la pega”, “tenían que esperar a que la galería se limpiara de gases hasta el día siguiente para volver a entrar”. Si bien, cuando llegaron los compresores de los martillos neumáticos, “dejaban la manguera tirando aire para que se liberaran los gases”, lo que les permitía regresar al interior en menos tiempo.Ç

Entrada a la galería de la comunidad de regantes de Roque de los Árboles de Gallegos, en Barlovento. | IVÁN LÓPEZ

El lugar donde se excavaba tenía que tener agua para abastecer a los trabajadores y para los carburos, las lámparas de acetileno. “Esa luz era lo único que los unía con la vida en la galería”, comenta Pérez. En ese lugar tenían que hacer noche y para descansar, utilizaban en algunos sitios las cuevas o apartaderos en los barrancos. Las altas temperaturas que se daban a veces en el interior de las galerías obligaban a estos hombres a trabajar desnudos. También sucedía, como recuerda Honorio Pérez, que “pasábamos una semana sin bañarnos”.

La dinamita se hacía explosionar inicialmente con una mecha, lo que representaba un peligro importante, aunque los accidentes eran muy poco frecuentes. Por eso, Antonio Juan Pérez considera que “el gran avance, sobre todo en la seguridad, fue alrededor de 1968, cuando llega el sistema de los detonadores eléctricos”. Fue lo que pasó a denominarse “la pega eléctrica”. Se empleaban en los trabajos tres barrenas de diferente tamaño (160, 120 y de 80 centímetros). La carga de dinamita era a discreción del cabuquero y en razón al terreno, si bien estima que “en los terrenos duros podían emplear 25 kilos de dinamita para hacer 2 o 3 metros”.

89 en producción

El Consejo Insular de Aguas ha hecho una revisión reciente de la situación y estado de los diferentes accesos a obras de captación de aguas subterráneas, que arroja que actualmente existen 187 galerías, de las que 89 son productivas, contando las bocas este y oeste del túnel de trasvase. En la actualidad se están realizando trabajos de perforación en 4 de ellas, según los datos del Consejo.

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Soler: “La Isla tiene las mejores obras hidráulicas de Canarias”

Carlos Soler, ingeniero de Caminos, Canales y Puertos y gran conocedor del sistema hidráulico de La Palma, de hecho fue el encargado de confeccionar el Plan Hidrológico Insular además de dirigir la obra que recuperó la Fuente Santa, destaca que transformar los 30 millones de pipas de agua que disponían los benahoaritas de manantiales y barrancos en la Isla a los 70 de la actualidad “es gracias a la gente de las galerías”.

Sobre el emplazamiento de estas galerías, Soler explica que las que se hicieron entre finales del siglo XIX hasta la mitad del siglo XX iban dirigidas al centro de La Caldera de Taburiente, además de elegir al principio aquellas que se encontraban cerca de manantiales. “La gente pensaba entonces que el agua nacía en el centro de La Caldera de Taburiente, en lo que llamaban Madre del Agua, que se suponía que era una roca que fabricaba agua”. “Por eso -prosigue- un plano de galerías parecía un abanico porque van dirigidas al centro”. Una leyenda popular que pese a no responder a la realidad geológica del territorio insular, sin embargo, “vino muy bien porque el agua en La Palma está encima de lo que los palmeros llaman el material verde y los geólogos complejos basal, un material muy antiguo que es como una isla que está sepultada por el basalto. Esta isla es impermeable, pero en algunos sitios aflora. Dentro de la Caldera de Taburiente, el material verde forma todo el suelo y por eso el agua no se infiltra sino que escurre”, explicó el también profesor de la Universidad de La Laguna.

Una nueva etapa, la sitúa Soler cuando se “dispara” el cultivo del plátano, en especial en el Valle de Aridane, que obliga a realizar obras que encuentren agua de forma más inmediata que con las galerías que, según sus cálculos, podían perforarse una media de 200 metros al año. La solución, por tanto, fue la de construcción de una serie de pozos y para no hacerlos muy profundos y dieran agua pronto los realizaron cerca de la costa, lo que produjo el problema de la contaminación salina del agua, lo que ha obligado al cierre de muchos.


Planes ingeniosos

Por último, Carlos Soler destacó que La Palma tiene las mejores obras hidráulicas de cuantas existen Canarias. “Está la obra hidráulica más ingeniosa, que es el tomadero y el canal de Dos Aguas, que saca agua a un barranco bravío y un canal que va por un acantilado espectacular; la mejor obra hidráulica de Canarias por la cantidad de agua que produce, que es el túnel de trasvase, y el pozo del Salto, que es el que tiene más caudal de todo el Archipiélago”.

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