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341.900 > Juan Henríquez

Es el número de parados registrados que nos dejó la crisis económica durante el pasado año. Detrás de esa terrorífica cifra hay personas, mujeres y hombres, de todas las edades, aunque son los jóvenes menores de cuarenta años los que ocupan el primer puesto. 341.900 almas deambulando por el silencio y la soledad que el destino les ha marcado. Son de carne y hueso, están ahí, caminan a nuestro lado sin que percibamos el característico olor de la ansiedad, ni reparemos en la mirada de la desesperación. 341.900 historias escritas con las lágrimas de la impotencia y la frustración.

La gran interrogante que me planteo es si, más allá de juzgar a los culpables de la crisis y los desgobiernos nacionales, la sociedad puede, en un gesto solidario y universal, colaborar a paliar la riada de la desesperación, que, muy probablemente, terminará por arrastrarnos a todos. A mí me está ocurriendo algo verdaderamente curioso, por llamarlo de alguna manera, sobre todo al mirar con retrospectiva mi pasado sindical. He llegado a plantearme la necesidad de sacrificar derechos y conquistas sociales en un gesto solidario con los parados. Sólo pido la generosidad que la propuesta exige para abrir el debate colectivo en la búsqueda de acabar con la dualidad y los desequilibrios, entre los que tienen trabajo y los que no, pero también en el sistema contractual entre fijos y temporales. La solución es difícil, lo reconozco, pero ante la controvertida realidad de unos derechos sociales inalcanzables para la inmensa mayoría de la clase trabajadora sujeta a la eventualidad contractual (80% de la población activa), deberíamos esforzarnos en encontrar el punto intermedio que corrigiera, o acercara, las diferencias que hoy nos separan.

Vengo observando que los pasos últimos de los sindicatos mayoritarios (UGT y CC.OO.) van en la dirección que estoy exponiendo. Tanto la moderación salarial como el contrato a tiempo parcial, y potenciar la negociación colectiva en el ámbito de la empresa, justifican un cambio sustancial en las pasadas tesis sindicales.

De todas formas, cuando hablo de corregir determinados derechos de los que gozan colectivos con contratos fijos, estoy señalando conquistas que en otros tiempos y circunstancias se permitían justificar. Y aquí si que pido la bondad del lector y la lectora, para perdonarme que no mencione la media docena de casos concretos, notorios y de todos conocidos.

Podemos elegir entre dos soluciones. O nos proponemos una férrea actitud solidaria con los parados, o dejamos que la explosión social tome las calles, con barricadas incluidas, porque de permanecer con los brazos cruzados será una batalla pérdida para siempre.

Alguien calificó de alarma social los 341.900 parados; eso es una afirmación para distraer la atención de la grave realidad. La pregunta es: ¿cuántos miles más hacen falta para que la clase trabajadora tome conciencia de que ahí tenemos un reto que resolver que no admite demoras?

No, perdone, no es una cuestión de radicalismos, sino el resquemor que atormenta mi existencia ante esta injusticia social. ¡Hay que arrimar el hombro!

juanguanche@telefonica.net