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El corazón agrícola que nutrió de estibadores el muelle de la capital

Los extensos campos de cultivo han aportado a los vecinos durante años el sustento económico necesario para sobrevivir en épocas de carestías y penurias. / MOISÉS PÉREZ

LUIS F. FEBLES | El Sauzal

Cuentan los más viejos del lugar que no hay uva mejor que las del barrio de Ravelo, en la parte alta del municipio de El Sauzal. Sus extensos campos de cultivo están sembrados del sudor de miles de vecinos que sin descanso, y a lo largo de los años, trabajaron las fértiles tierras para sacar adelante a las familias que vivían del trigo, las papas y la vid. Este impetuoso enclave, que otrora fuera nicho de los aborígenes, se ha consolidado como fructífera cantera de grandes luchadores de nuestro deporte vernáculo y generador de mano de obra destinada al trabajo en el muelle de Santa Cruz. Agricultores, ganaderos y estibadores garantizaron durante años, y aún hoy en día, la base económica de un barrio al que la autopista separó aún más del casco sauzalero.

Con aproximadamente 5.000 habitantes, Ravelo se circunscribe en un término que linda, por un lado, con Babosera, en La Matanza, y con Agua García, por otro; el monte y la autopista también marcan los límites de este rincón norteño. La historia del barrio tiene en la construcción de la autopista y en el asfaltado de las calles sus puntos de inflexión más determinantes.

Con casi una vida en el barrio, Onésimo Goya Noda, jubilado y antiguo trabajador del puerto de Santa Cruz, conoce a la perfección los entresijos y los acontecimientos más relevantes que marcaron la intrahistoria de esta urbe. Noda señala el trabajo de más de 300 familias en el puerto de Santa Cruz de Tenerife. “Desde siempre Ravelo ha estado vinculado con el puerto; recuerdo como desde allí iban a buscar a gente acostumbrada al trabajo duro para traerlos como mano de obra”, recuerda Noda.

Las comunicaciones y los accesos con el casco han sido siempre un problema, que a día de hoy, no se ha resuelto. Durante la décadas de los 50 y 60, las comunicaciones y el contacto con el centro neurálgico del municipio eran escasos. “Solo se venía al casco cuando había que tramitar algún documento o para enterrar a cualquier vecino”, explica. El asfaltado de las calles fue un hecho que marcó el inicio de las mejoras en un barrio que veía como tardaban en llegar los equipamientos necesarios para mejorar la vida y condiciones de los vecinos. Durante la dictadura franquista comenzaron las labores de asfaltado de las calles. Primero se acometieron las obras en Agua García para posteriormente ir asfaltando las diferentes vías del barrio como la de calle Real Orotava.

Con la llegada de la democracia se finalizaron las labores de asfaltado así como el suministro de agua potable para todo el núcleo. Los vecinos se han caracterizado a lo largo de los años por su capacidad de unidad e inquietud para sacar adelante diferentes proyectos en el barrio. Constancia de estos valores los avala el hecho de la construcción en los años ochenta de la iglesia, una de las primeras obras importantes.

“Se hicieron numerosas obras claves para el barrio, como el techado del campo de lucha, se puso alumbrado público en todas las calles, se amplió el colegio público y se hizo el instituto Sabino Berthelot, el pabellón Paulino Rivero Baute, y el edificio de usos múltiples, entre otros”, destaca orgulloso.

En el recuerdo de los vecinos permanecen dos hitos que sacudieron la tranquilidad del bucólico rincón: el temporal de viento de los años 50 y la plaga de cigarrones en el año 1965.

“Era pequeño cuando el pueblo sufrió un fuerte temporal de viento; bajo el dintel de la puerta me taparon la cuna y así escapamos”, apostilla Onésimo Goya.