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Estado general > Francisco Pomares

En esta región viven hoy muchos grupos de personas. Uno es el que integran esos 300.000 parados y sus familias, cien mil de ellas destruidas por la pérdida de trabajo de todos sus miembros. Son gente condenada a vivir sin expectativas de conseguir un nuevo empleo, colgados de indemnizaciones o ahorros -en el mejor de los casos- o de miserables pagas de subsistencia. Es la gente que ha disparado el consumo de pan, que desfila de cabeza hacia las estadísticas de la pobreza, gente que cuenta los días que faltan para dejar de cobrar el subsidio de 400 euros. Andan cerca de la desesperación.

Otro grupo son los ancianos y jubilados cuyas pensiones no han subido durante dos años, y ahora los premian con un mínimo uno por ciento. Están bastante asustados.
Otro, mayoritario, pero a la baja, es el de quienes mantienen empleos precarizados, autónomos, pequeños comerciantes, empleados de minúsculas empresas, dependientes, trabajadores sin garantías de continuidad, que ya han experimentado reducciones salariales o acumulación de retrasos en el cobro del salario. Cada día gastan menos, y acaban de subirles el impuesto de la renta. Están enfadados.

Otro más es el que integran los funcionarios, miles de personas que han visto reducir sus ingresos entre un cinco y un quince por ciento, a cambio de trabajar dos horas y medias más a la semana. Poseedores de un empleo teóricamente garantizado por el Estado, ahora saben que el globo de lo público ha pinchado. Son conscientes de que ni siquiera sus salarios públicos están seguros. Están atónitos.

Y luego hay otro grupo, casi otra sociedad, ajeno a las cuitas y sufrimientos del resto, e integrado por unos pocos sin problemas, gente muy bien colocada en puestos directivos, políticos que no se han tocado sus sueldos astronómicos, empresarios que ganaron mucho y aún les dura, famosos, deportistas, banqueros con salarios protegidos, que a pesar de la crisis -y gracias a la caída de precios e hipotecas- disponen hoy de más capacidad de gasto que hace tres años. No son obligatoriamente culpables de lo que ocurre, ni puede decirse que vivan todos ellos instalados en la opulencia, porque no es cierto, pero han logrado que mientras la venta de coches normales ha bajado un 20 por ciento, la de coches de lujo suba hasta un 180 por ciento. Se manejan en la ficción de que todo sigue igual. Son unos inconscientes.