Lo malo de otros municipios, como lo bueno, regresa a La Laguna. Ya surgió la moda años atrás. Ahora ha vuelto. Y más que moda es la “tontería” de pintar la fachada de casa ajena. Lo sorprendente esta vez es que no se detienen los inconscientes, por no llamarlos de otra manera, en su cuadrilátero de movimiento, sino que se adentran en las periferias y lo pintan todo, con los colores comprados previamente en ferretería o gran superficie, con el dinerito que les pone en el bolsillo papá o mamá, que ya no solo les sirve para llenarse la litrona de brebaje y hacer botellón, sino para pintar en casa del prójimo.

Ciertamente, duele por los bienes privados y públicos que se dañan, y porque el consistorio lagunero se está gastando unos buenos estipendios en educar en valores a sus jóvenes. Creo que donde falla la cosa es donde se ponen los pantalones estos barbilampiños, es decir, donde no se educa es en casa. Quizás el Ayuntamiento debería estudiar empezar a hacerles adecentar las paredes que pintan y sus padres enseñarles urbanidad, lo que antes se denominaba modales. Cosas de niños.