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Antoni Tàpies > Luis Ortega

Delicado de salud en los últimos meses, pedía tiempo al tiempo para hacer lo que más le gustaba -pintar- y sin invocar la trascendencia de su vida y su trabajo, “para redondear su obra”. Cumplió, desde su carácter independiente y su formación autodidacta, el sueño de cualquier creador de lograr un estilo propio y elevarse, en la ingrata posguerra española, como uno de los máximos exponentes mundiales del informalismo. Sus abstracciones llenas de simbolismos se abrieron paso en las vanguardias, tanto en la pintura neta, con claves que invocaban la tradición, como en las experimentaciones matéricas que escudriñaban las elementalidades y los oscuros entresijos de la condición humana. Presente en los grandes museos internacionales, distinguido con todos los premios posibles -hasta el rey le otorgó en abril de 2010 el título de marqués- Antoni Tàpies (1923-2012) procedía de una familia burguesa y con tradición librera; parecía destinado a ese oficio pero, no obstante y para complacer la voluntad paterna, se matriculó en Derecho; una larga afección pulmonar lo concentró en la literatura y en los primeros pinitos plásticos, reflexiones sobre el arte y la vida y dibujos y collages con marcado signo de denuncia del régimen franquista y de protesta que, pese a proceder de “un neófito sin formación académica”, influyeron de modo decisivo en la Cataluña de los últimos cuarenta, una pequeña ventana a Europa dentro del asfixiante clima político y la cultura pueblerina del resto del país. Desde 1948 participó en la revista Dau al Set -con Joan Ponc, Modest Cuixart, Joan Brossa, Arnau Puig, Joan Joseph Tarrats y el crítico, ensayista y poeta Juan Eduardo Cirlot- y, en 1956, realizó su primera exposición individual en París. Con la misma pasión con la que ensayó nuevas técnicas de dibujo y estampación y el uso de materiales diversos y cotidianos, Tàpies -que inauguró su fundación en 1990 con más de un millar de piezas y que cuenta con una media anual de ochenta mil visitantes- militó contra el franquismo y fue un catalanista sin barretina, comprometido en la defensa de su cultura. Junto a su obra plástica de proyección universal -ahí está su Calcetín de dieciocho metros, vinculado a la nueva Barcelona que emergió en 1992- dejó una serie de ensayos sobre el arte que no solo ayudan a entender su grandiosa producción sino el papel social que les corresponde a los factores de formas y sueños en el tiempo y la sociedad que les toca vivir.