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Antonia y Salvatore Salvo > Luis Ortega

Quiero pensar que, en las cuatro semanas pasadas desde el suicidio de Antonia y Salvatore, el alcalde de Bari, Michele Emiliano, el presidente de la región de Puglia, Nichi Vendola, el tecnócrata que gobierna el país (con partitura del FMI), Mario Monti y el poliédrico Berlusconi, habrán sentido, siquiera por un instante, una pizca de remordimiento, un mínimo bochorno moral, ante el cumplimiento de una muerte anunciada. El hombre, agente comercial sin trabajo, ni subsidio pese a su edad (sesenta y cuatro años) y la esposa, cinco años mayor, habían sido recluidos en una residencia húmeda y lóbrega, tras perder su casa por no poder hacer frente a la hipoteca. En los días previos habían denunciado su situación -similar a la de muchos compatriotas que, en la frontera de la jubilación “no tenían posibilidades ni esperanzas”- y solo consiguieron una cama en pabellones separados y ninguna respuesta, “siquiera de cortesía a sus demandas”. En la revista Oggi, que mezcla corazón y sucesos, describieron hace más de un año la terrible situación que atravesaban. Finalmente, cuando fueron desalojados de su hogar y radicados en un centro benéfico, tomaron la fatal decisión y la explicaron serenamente: “Para nosotros dos, que hemos vivido cuarenta y cinco años en la buena y en la mala suerte, pero siempre juntos, esta separación es lo peor que nos podría ocurrir. Para eso es mejor morir”, escribieron días antes los esposos. “Leeréis en los periódicos con cuanta dignidad -porque eso no nos lo pueden quitar- saben morir dos ciudadanos totalmente asqueados de la hipocresía y crueldad de vosotros, los políticos”. Más adelante, la carta póstuma de Antonia Azzolini y Salvatore Salvo, señala: “Quizá el presidente ha rechazado intervenir en este caso porque cuando anuncia que ayuda a los que están siempre en dificultad trata de referirse únicamente a amigos y personas que le procuran placer o beneficios. La mujer fue encontrada por la policía en una habitación del hotel Siete mares, muerta según los primeros indicios por ingesta masiva de barbitúricos; su esposo, según reveló la autopsia, también había tomado sedantes pero, al no hacerle los efectos deseados, se adentró en el mar de donde fue rescatado su cadáver. En esta historia de amor y muerte anticipada “al ilustre caballerro Berlusconi”, los firmantes se despiden con un Ave Silvio, morituri te salutant, que enluce, aún más, si cabe, la densa biografía del millonario milanés.