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Corrupcio optimi pesima > Jorge Bethencourt

Soy republicano por la gracia del sentido común. Tengo en contra de las monarquías cierta repugnancia intelectual por su papel en la historia. Pero como todas las formas de gobierno me parecen diferentes sistemas para controlar y ordeñar al rebaño social, tampoco tiene trascendencia práctica que el jefe del Estado en vez de ser electo sea un trilobite político, un fósil histórico encajado en un sistema democrático moderno.

Dicho esto, es normal que Urdargarin me la refanfinfle. Pero su caso es bien curioso. Durante años fue lenta, involuntaria y pastelosamente elevado por los medios a la categoría de héroe deportivo, novio perfecto, esposo educado y, en general, espejo de valores. Tenía que haberse mosqueado con la súbita caída en desgracia de su cuñado, aquel Marichalar de anatomía de cuadro del Greco, evacuado de la casa real. Efímero duque de Lugo que acabó como el conde de Orgaz. Pero no la vio venir. Y eso que -el título ya le avisaba- es duque de Palma.

Algún día tendremos un pronunciamiento jurídico de si los negocios del señor Urdargarin han incurrido en algún ilícito penal, son delito fiscal o solo constituyen actos éticamente reprochables. Pero entretanto llega ese esclarecedor momento, a Urdargarin le han bajado del trono del héroe y le han subido, vestido de nazareno, al palo de la picota, para exhibirlo ante el escarnio general. Todo en un fogonazo. Hasta los programas del corazón se han dedicado con alborozo a la crónica jurídico-política de un cruce entre el Gran Hermano y Turno de Oficio. Tertulianos que antes discutían de toreros y cantaoras nos honran ahora con pedagógicos e instructivos debates sobre figuras penales y fundamentos de derecho.

El héroe demolido. La especialidad de la casa. La letra escarlata se dibuja hoy con la tinta roja de la televisión, no en los juzgados. Como en Expediente X, la verdad está ahí afuera, para quien grite más fuerte. Por eso Garzón, ya condenado, es inocente. Y Urdargarin, aunque sea absuelto, ya es culpable. Nadie ni nada está a salvo de esta democrática ordalía. Ni Agamenón ni su porquero. Porque este es el reino de la verdad publicada, donde el poder es el morbo y la única defensa el anonimato. Las fauces de la bestia empiezan a mordisquear ya las faldas de la Infanta y el Rey, por si acaso, debería poner la corona en remojo.

Twitter @JLBethencourt