LA ÚLTIMA (COLUMNA) >

Castigo sin piedad > Jorge Bethencourt

Vamos a admitir que el pueblo es zafio y primitivo. Es una evidencia que la incultura ha edificado sus sólidos cimientos en el subsuelo mental de una sociedad cuyos horizontes de interés no van más allá de los goles de Cristiano Ronaldo, las frases hechas de Belén Esteban o los semipolvos morbosos de Gran Hermano. Y como la ignorancia es una prima hermana de la intolerancia, aquellos que menos saben suelen ser los que profieren las sentencias más ampulosas y los juicios de valor más contundentes.

Esto es así y, aunque existan excepciones, no rompen la regla. El fontanero, en el bar, se envenena hablando de las golfadas de Urdangarin y media hora más tarde cobra sin factura la reparación en casa de un cliente. El funcionario se despiporra poniendo a caer de un burro a los políticos con sus privilegios, pero se salta la lista de espera para colar a una prima en la cola de un expediente. Todos sabemos más que nadie sobre todo -especialmente los todólogos que escribimos o hablamos con disfrazada insolvencia hoy de la fusión del núcleo de un reactor nuclear y mañana de una moción de censura del Cabildo de Lanzarote- a condición de que no se trate de nuestro propio trabajo. El dueño del restaurante sabe cuál sería la mejor alineación del Tenerife, pero no se encuentra el trasero con las manos cuando se trata de hacer la carta de sus platos para atraer clientes.

Puedo que esto sea así. No lo niego. Y que no sólo yo, sino mis congéneres macaronésicos, seamos, como las fincas de antes, manifiestamente mejorables. Pero existe un límite para las represalias. Y creo, sinceramente, que el pueblo de Canarias -por muchos y muy graves que sean nuestros pecados e indolencias- no se merece que el Parlamento vaya a destinar unos cientos de miles de euros -ahora que sobra el dinero, por lo que parece- para retransmitir en directo las plomíferas sesiones de la cámara legislativa canaria, donde se exhibe en toda su grandiosidad la exhuberancia perfectamente ininteligible de la flor y nata de la mentefactura regional. Someter a los niños a la posibilidad de observar por televisión un debate parlamentario es poner el riesgo la capacidad de entendimiento de las futuras generaciones. Y hacerlo con los adultos muestra una perversa inclinación por la tortura. No sé qué habremos hecho, pero un castigo así me parece una pasada.

Twitter @JLBethencourt