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El azar > Domingo-LuisHernández

Solía explicarle que cuando uno no quiere dos no se encuentran y que el tiempo siempre confirma semejante convicción. Porque el tiempo es implacable y todo lo fija en este mundo por el que pasamos fugazmente. Es posible que se llegue a la conclusión de que si antes no coincidió fulanito con menganita es porque ella no quiso; si hoy no coinciden es porque no quiere él. Así es la vida y así se manifiesta el más exhaustivo principio del azar: las cosas no son, por lo general, como decidimos que sean. Borges lo escribió y yo lo repito: “Inútil responder que la realidad también está ordenada. Quizá lo esté, pero de acuerdo a leyes divinas -traduzco: a leyes inhumanas- que no acabamos nunca de percibir”. Eso dio para uno de los libros más espléndidos de la última narrativa europea, Piccoli equivoci senza importanza, de uno de los mejores narradores europeos de los últimos años: Antonio Tabucchi. ¿Qué equívocos? Los superficiales son la amistad, el terrorismo, el poder… Los explicativos tienen que ver con el viaje sin retorno, la indefinición, los desajustes de la identidad, la realidad sin contornos definidos, la certidumbre de que la vida no tiene una visión fija y ajustada, que la vida es como cada uno la representa… Luego, ¿qué es el mundo, qué es la realidad que nos sorprende?

Veré de ser más concreto y más cercano. Uso dos ejemplos.

Uno: cuando viví en Barcelona, solía desayunar en uno de los barcitos (hoy desaparecidos) de la entrada a La Boquería. El puesto lo regentaba un matrimonio ya mayor; él simpático pero discreto, ella menos risueña pero muy habladora. Y como yo pronunciaba un idioma disímil al español que ellos conocían, la señora me insinuó que era sudamericano, creo que para confirmar su sospecha. “No”, le dije. “¡De Tenerife!”, exclamó ella con cierto encono. “¿Le hemos hecho algún agravio los de mi tierra?”, le pregunté. No era eso; eran cosas del amor, y ante el amor ya se sabe… De modo que el azar había puesto en la barra de su negocio al sujeto predilecto para la réplica: tenía una única hija que se enamoró de un chico de Tenerife que había estudiado en Barcelona, se casaron poco después de que él terminara la carrera y se vinieron a vivir a La Laguna.

Las múltiples aristas del azar: yo y el azar que recordaba el azar a favor, porque todo resulta milimétrico cuando el azar decide y todo lo decide en la vida el azar, y el azar en contra. La señora se quejaba de que aquel imbécil (que era muy inteligente, trabajador, afable, cariñoso, etcétera, etcétera) no se le hubiera ocurrido otra cosa que llevarse a su prenda tan lejos, que la muy desconsiderada accediera a ser llevada por un hombre tan lejos y dejara a sus padres tan solos allí, en Barcelona.

El azar hace que las cosas sean inevitables, le comenté a la mujer, para consolarla. Y como ella se convirtió en una especie de segunda madre para mí en Cataluña, yo dejaba que me acosara cada mañana, aparte de revelarle los secretos que me pedía de la ciudad adoptiva de su hija que era también mi ciudad, en aquel tiempo.

La segunda historia me ocurrió en Punta del Este, en Uruguay. Era invierno y allí sólo quedan los rezagados y los trabajadores de mantenimiento de la infraestructura hotelera.

Entré en un bar y jugaban con las barajas a lo que mi abuela y sus amigas jugaban los fines de semana en su casa. Le dije a los hombres que así procedían: “Ese juego de cartas se parece a uno de mi país”. El más antipático me lanzó con desprecio: “En Chile no se juega al truco”. Orgulloso, lo corregí: “En Chile no, señor; en Canarias”. Al sujeto se le iluminó el rostro, dejó las barajas y se aferró a mi hombro. “Che, mirá, aquí, a dos cuadras, vive un pibe de Canarias, de El Puerto de la Cruz, que echa mucho de menos su tierra. Tenés que visitarlo”. Me acompañó hasta el portal, pulsó el timbre del interfono y dijo cuando el otro contestó: “¡Sorpresa!” ¿Cómo podía explicarle a aquel jugador de truco que mi interés sólo se centraba en la equivalencia de su juego con nuestra brisca y no en conocer al chico que vivía tan lejos de su hogar y de su historia? Imposible.

El azar colocó al hombre que conocí en Punta del Este frente a la memoria, ese esqueleto de los humanos que repite exactamente lo que te abandonó o tú abandonaste. Y el pasado, lo que fue y lo que dejó de ser por voluntad propia.

Volví a la estación, luego de un café parecido a nuestro café, de una charla efusiva sobre su Puerto de la Cruz y mi Cruz Santa, sobre algunas anécdotas cercanas, sobre personas que ambos conocíamos, y regresé a Montevideo con la convicción de que nada para al azar, de que el caos se ordena superponiendo las desproporciones, que la madre que lloraba la ausencia de la hija en La Boquería era proporcional a la chica que se quedó sin chico en El Puerto de la Cruz porque él dispuso que ella no formaría parte de su futuro y para salvar los enredos de familias y cercanías habría de trasladarse al otro lado del planeta.

Si se contara el número de coincidencias en estos casos se llegaría hasta el infinito. Porque el mundo no es tan amplio como parece y que coincidas en la calle más secreta de las ciudad más remota del mundo con quien quisieras coincidir es lo propio.
Dos no se juntan si uno no quiere.