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El enigma de los muertos vivientes > José L. Conde

Fred Vargas (París, 1957) se ha convertido en una escritora de culto en el mundo de la novela policíaca tras haber logrado en 25 años haber sido traducida a más de 20 idiomas y vender seis millones de ejemplares. Su ultima obra, El ejército furioso. Un caso del comisario Adamsberg, editada por Siruela, ha tenido inmediatamente una buena aceptación entre el público. Frédérique Audoin-Rouzeay, como se llama en realidad, adoptó el otro nombre como homenaje al personaje que interpreta Ava Garner en la película La condesa descalza, de Joseph Mankiewicz, seudónimo que previamente usaba su hermana gemela, Jo Vargas, una pintora que simultanea los pinceles con el lápiz corrector de las vivencias del comisario Adamsberg. “Yo corrijo sus cuadros, ella mis libros”, dijo recientemente en una entrevista la escritora Fred Vargas. En El ejército furioso el comisario Adamsberg tiene que enfrentarse a una terrorífica leyenda medieval normanda en el que una horda de caballeros muertos vivientes tiene aterrorizada a una población, cuyos habitantes, especialmente aquellos que no tienen la conciencia tranquila por las fechorías cometidas, temen por su vida. Vargas entremezcla en la obra esta superstición de muertos vivientes que buscan la justicia por su mano, con extraños crímenes con el de la miga de pan, que por cierto resuelve en un pispás, con la muerte de un palomo, el incendio de un vehículo, un joven hijo, que acaba de conocer y que participa en las ilegalidades del comisario, y un médico encarcelado capaz de resucitar a un muerto. El ambiente sobrecogedor de silencios y de ocultación de pruebas que rodea la ciudad normanda lo llega a definir perfectamente una de las forenses de la historia: “Cuando se desencadena una alarma vital, la réplica humana es imponderable y fulminante”. El equipo que apoya al comisario Adamsberg también merece un capítulo aparte. Desde un comandante adicto a las botellas de vino blanco, hasta otro que se duerme en los momentos más inesperados, pasando por una teniente oronda que nunca se sabe por qué adopta, según los días, un semblante hosco y amable, que “disuade de hacer confidencias”. La pasión por las obras policiales le viene a Fred Vargas como rechazo a la educación paterna que le obligó a leer a los grandes clásicos de la literatura,especialmente del siglo XVII al XIX, porque denostaba la novela negra. Ahora, sin embargo, se ha convertido en una digna sucesora de Agatha Christie o P.D. James. Incluso mejor por su capacidad de mezclar lo onírico con la realidad.

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