domingo cristiano > Carmelo J. Pérez Hernández

Tu único hijo, ese que tanto amas > Carmelo J. Pérez Hernández

A veces pienso que no estaría mal que fuera cierta esa barbaridad que dicen algunos sobre el Antiguo Testamento de la Biblia. Ya se sabe, cuanto más ignorante es uno, más intenta sentar cátedra sobre lo que no conoce. Y también se sabe que de enfermedades y de religión, todo el mundo entiende.

A lo que íbamos. Que de forma egoísta alguna vez he pensado que no estaría mal que hubiera algo de verdad en aquello de que las historias que narra el Antiguo Testamento son en realidad historietas, cuentos para niños con una melosa enseñanza moral.
Como una fábula, pero sin animales. Invenciones y leyendas propias de aquellos momentos iniciales de la Humanidad que hay que ir arrinconando para dar paso a la verdadera Teología, la del Nuevo Testamento, y a la reflexión de la Iglesia.

Pues eso que les pronosticaba, una barbaridad. Una temeridad que, no obstante, nos vendría bien en días como hoy, cuando la liturgia nos relata el sacrificio frustrado del hijo de Abraham a manos de su propio padre. “Toma a tu hijo único, al que quieres, a Isaac, y vete al país de Moria y ofrécemelo en sacrificio”.

Así, con todo el recochineo del mundo: que te quede claro que te pido a tu hijo único, no tienes más; al que tanto quieres, el que te ha robado el corazón; viaja con él a un país extraño, para que tengas tiempo de pensar en su pérdida durante el camino; y allí me lo ofreces en sacrificio y te olvidas de él para siempre.

Pero no es una historieta. Es la esencia del ser cristiano. Creer en Dios es entregar al hijo único, a ése que tanto queremos.
O sea, es no guardarse nada de la propia existencia, no esconder en los rincones del alma ningún tesoro como equipaje que no sea Dios.

Creer es eso, emprender un largo viaje aceptando el reto de poner en sus manos la vida entera.

Para algunos, entregar a ese hijo significará rebuscar en el baúl de sus tristezas para desalojar las causas de tanta mediocridad.
Para algunos, supondrá renunciar definitivamente a la tentación de afirmarse por encima de los demás, compulsivamente, sin mesura, pisando a cada paso a un puñado de hermanos.

Entregar al hijo único entrañará la liberadora experiencia de colocar a Dios por encima de todas las cosas, de todas las personas, de todas las instituciones.

De todas, también de la Iglesia, hermosa mediación necesaria, imprescindible para respirar, pero nunca perfecta, nunca justificación de nuestras tibiezas y nuestras parálisis.

Es tiempo de entregar, de sacrificar al hijo único, ése que tanto amamos porque se ha pegado ya, como el polvo del camino, a nuestra imagen. Dios sabrá hacer de nuestro sacrificio un motivo de alegría, de paz profunda.

Dios, que sabe ya lo que es perder, conoce desde dentro la oculta sabiduría de entregar para salir ganando. De enterrar, para resucitar.
@karmelojph