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La reordenación de las líneas urbanas que se nos viene encima a los usuarios de la guagua en Santa Cruz va a ser de agárrate y no te menees y echa a andar dos o tres kilómetros hasta tu parada.

Supresión de unas líneas, fusión de otras (mira, como la gastronomía de moda), cambios de recorrido… Nada a lo que un usuario medio de Titsa no esté acostumbrado.

Una vueltita de tuerca más. Una validación más en el bono.

Resultó que hemos estado cogiendo las líneas 900 por encima de nuestras posibilidades. Todo aquello de que una guagua contaminaba menos que 600 coches (igual eran menos, nunca fui buena para las analogías) y de que te quitaba el estrés del aparcamiento no era tan buena excusa como creíamos para engancharnos al transporte público. Tantos años desplazándote en guagua hacen que uno se huela las subidas tarifarias. La siguiente no debe estar lejos. La intuición se refuerza con las noticias que se leen cada día sobre cuánto le adeuda quién a quién, cuánto le ha pagado, cuánto no le puede pagar, y hacemos cálculos de los que nos va a tocar pagar a nosotros.

Las cifras, ya se sabe, no tienen nada que ver con la gente.

Al déficit de Titsa le preocupa poco esa señora que no tiene coche ni quien la lleve y la traiga, y que encima vive en lo alto del barrio de La Alegría, insolidaria con las necesidades de la compañía de transporte. Le quitan la 909 a esa señora. Le quitan parte de su vida.