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Hediondez > Alfonso González Jerez

La primera vez que me enviaron a cubrir o descubrir una información al Parlamento de Canarias fue a principios de los años noventa, hace ya media eternidad, cuando Jerónimo Saavedra era presidente del Gobierno autonómico y Manuel Hermoso, en la Vicepresidencia, todavía actuaba como un alcalde que no terminaba de entender que el futuro era suyo. En la sala habilitada para la rueda de prensa los pipiolos entrábamos de lado y nos esquinábamos en cualquier lugar mientras todas las miradas se centraban en los dos veteranos, dos periodistas magníficos y ya por entonces encallecidos en las lides parlamentarias, Salvador Lachica y Carmen Merino, que se intercambiaban bromas feroces sobre el desdichado consejero que estaba a punto de comparecer. En efecto, el consejero se personó y desde la entrada apenas resbaló su mirada sobre nuestras anecdóticas presencias, pero en cuanto descubrió a Lachica y Merino se le puso cara de susto, plenamente justificada. Supuso entonces, e hizo bien, que ninguno de los dos lo dejaría escapar, y que terminaría diciendo lo que no debía. Y lo dijo, por supuesto, convenientemente braseado por ambos redactores con preguntas veloces, incisivas, inteligentemente tercas. La cagó bien cagada, con perdón, el pobre consejero. Salvador Lachica me dijo con ironía satisfecha, casi como un consejo dadivoso al principiante:

-Un día no saldrán de sus despachos, así mientras tanto hay que aprovechar el tiempo…

La ironía de Salvador Lachica está a punto de convertirse en plena realidad. El Parlamento ha secuestrado a los periodistas por el procedimiento previo de secuestrarse a sí mismo en un limbo de zarrapastrosa opacidad. Lo explica muy bien una de nuestras mejores cronistas parlamentarias, ahora una veterana, Almudena Sánchez, en su blog personal, Abresesión, de muy recomendable lectura. La Mesa del Parlamento ha prohibido (me cuesta escribir esto) cerrar los pasillos de la Cámara a la maldita canallesca. Nada de periodistas preguntando y enterándose de cosas, escrutando rostros u observando indiscretamente corrillos, cochambeos o reuniones improvisadas. Qué gran idea. ¿Cómo no se le ha ocurrido todavía a Mariano Rajoy para evitarse sofocos por los pasillos del Congreso? Los periodistas, esa gentucilla inoportuna, deben ser estabulados en la tribuna reservada al efecto o en la salita de prensa adjunta. A esta hedionda cacicada la Mesa de la Cámara ha sumado su negativa sistemática a facilitar documentación, el remoloneo eternizado a la hora de permitir el acceso a las grabaciones de plenos y comisiones y, por supuesto, el silencio sepulcral sobre la mefítica Comisión de Compatibilidades, donde trafican con sus desvergüenzas coalicioneros, conservadores y socialistas, mientras nos distraen con la idiotez de publicar o no los sueldos de sus señorías en la web de la asamblea.

Esto es actualmente el Parlamento. La sede de la soberanía popular, según el Estatuto de Autonomía, es gobernada por acuerdo entre todos como una corte versallesca que solo rinde cuentas a sí misma y que tiene el mismo respeto a la transparencia informativa y a la cultura democrática que el que se otorga a las moscas en los mataderos.