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La Laguna y sus enigmas religiosos

POR JUANCA ROMERO HASMEN

En alguna ocasión he escuchado eso de “ser lagunero es un sentimiento” y posiblemente sea verdad. Los nacidos en San Cristóbal de La Laguna llevamos enraizados fuertes lazos formados por la identidad cultural, social y religiosa, y aunque aparentemente son condiciones que no nos afectan, sin lugar a dudas están presentes en cada pedacito de su acervo. Estamos finalizando la Semana Santa, días de recogimiento –sin olvidar la playita y las escapadas exprés- en los que nuevamente y de forma masiva, los ciudadanos han acudido a muchas de las innumerables procesiones religiosas que han recorrido las calles al compás de tambores y bandas de música con ritualísticas melodías. Todo lo religioso forma parte de La Laguna, no en vano quizá sea una de las ciudades con más iglesias, conventos y ermitas que he podido conocer. Como es sabido, esta página gira habitualmente en torno a lo enigmático, a la historia oculta o poco divulgada que se devanea entre las creencias y lo imposible. Y en este ambiente podemos encontrar algunos ingredientes realmente interesantes dentro del marco religioso de la ciudad de los adelantados. Comenzamos nuestro particular recorrido precisamente bajo tierra, dando nuestros primeros pasos en alguno de los túneles que comunican iglesias y conventos. Al contrario de lo que pueda parecer, la construcción de estos pasadizos en la ciudad, simplemente cumple funciones de desagüe y viene importada de Latinoamérica donde es algo normal a poco que cavemos en el suelo de cualquier iglesia antigua. En estos países, las excavaciones cumplían otras finalidades, pero en La Laguna simplemente constituían una amplia red de canalización subterránea de las aguas y en algunos casos pequeñas galerías de acceso oculto a las edificaciones religiosas. Buscamos algo de aire del exterior y subimos hasta el convento de Santa Catalina de Siena, situado frente a la plaza del Adelantado y fechada su fundación en 1606 y su posterior inauguración en 1611. Está ocupado por religiosas de clausura de la Orden de Predicadores, dominicas, y entre sus inquilinas nos encontramos con el cuerpo incorrupto de María de León Bello y Delgado, conocida cariñosamente como La Siervita de Dios.

La historia personal y vivencial de esta mujer está repleta de apasionantes pasajes, algunos de ellos ciertamente controvertidos y llenos de sombras. Nació el 23 de marzo de 1643 en El Sauzal, en la isla de Tenerife. En febrero de 1668 ingresa en el convento y es a partir de ese momento cuando se sume en una vida de penitencia en la que las flagelaciones y el ayuno formaban parte de su ordinaria secuencia de horas. Es conocido que Sor María -nombre religioso que adoptó al ingresar en la orden- en incontables ocasiones se levantaba con la fresca de la madrugada y recorría uno de los patios cargando una pesada cruz de maderos hasta llegar a la estenuidad y desvanecimiento. A ella se le atribuyen algunos supuestos milagros entre los que destaca un posible episodio de levitación descrito por otras monjas, quienes además contaban como del rostro de la religiosa emanaba algún tipo de luminiscencia natural y espontánea. Una de las historias más conocidas es la que tiene como protagonista una medalla de acero que se le rompió a la monja en varios pedazos unos días antes y que ella ante los atónitos ojos de las presentes, recompuso de forma espontánea. ¿Milagros o simples historias que las monjas y seguidores han ido redecorando a lo largo de las décadas y siglos? Es conocido que mantuvo una gran amistad con el pirata Amaro Pargo, quien sin pretenderlo se convirtió en protagonista de una increíble historia. Se dice que cuando el pirata estaba en la isla de Cuba, fue atacado por un individuo y justo cuando éste le iba a clavar su daga, se le apareció la figura de Sor María de Jesús, quién intercede y evita la muerte de su peculiar amigo. ¿Bilocación?, al parecer así fue, ya se recogen crónicas que sitúan a la religiosa en ese momento y como era de esperar, en el interior del convento a miles de kilómetros de Cuba. Fallece el 15 de febrero de 1731 en el interior del convento, manteniendo en torno a su difunto cuerpo tres años después y tras su exhumación, un marcado olor a jazmín, además de permanecer entero, flexible y con órganos como la lengua aún sonrosados y frescos. Llamó la atención la presencia de una herida en su costado, similar a la que le produjeron a Jesús de Nazaret con una lanza estando en la cruz. Estos hechos provocan que el cuerpo de la religiosa se quede en el interior del convento hasta nuestros días, pudiendo ser visitado cada 15 de febrero, luciendo expuesto en el interior del sarcófago con cubierta de cristal que el pirata Pargo mandó a construir para ella. Actualmente se encuentra en proceso de beatificación -desde el año 2002-, paso previo para poder ser nombrada santa. Una vida única y no exenta de interés, ¿no lo cree así?

Continuamos nuestro particular recorrido para detenernos en el interior de la Iglesia de La Concepción. Desde 2002 ejerce de catedral provisional debido a que la Catedral de la Diócesis Nivariense continúa atrapada entre el papeleo burocrático por saber quien o quienes pondrán las “perritas” para arreglar su lamentable estado. En esta iglesia se encuentra el testigo mudo de una curiosa historia. Corría el siglo XVII cuando según las crónicas, un hombre llamado Pedro Zapata descubrió -durante la misa por la muerte de Petronia Díaz- que una de las imágenes plasmadas en un lienzo situado junto al altar empezaba a segregar lo que parecía ser sudor. Aquel hecho llamó poderosamente la atención en el ámbito eclesiástico, analizando el cuadro y concluyendo que aquel hecho no tenía explicación aparente. La imagen es la de San Juan Evangelista, frente a la que poco después empezaron a peregrinar infinidad de fieles portando trozos de telas y gasas que según decían al untarlas en la “milagrosa” sustancia, tenía la increíble facultad de sanar a los enfermos de peste con tan solo pasarlas sobre las bubas que producía la doliente enfermedad. Lo que se cuenta es que tras el mes y medio en el que se mantuvo “sudando” el cuadro, el día que paró el insólito fenómeno, también terminó la epidemia de peste que asolaba a la isla de Tenerife. Pero como en casi todo, con el paso de los años y las nuevas perspectivas de los hechos, se ha sabido que ésta coincidencia de fechas no se produjo, y solamente responde al interés por dar mayor relevancia al fenómeno del cuadro. ¿Realmente sudó el cuadro de San Juan Evangelista? En esa época el cuadro estaba situado en el altar de la iglesia, colocado junto a un número importante de velas que posiblemente hayan producido que los óleos con los que fue pintado se licuasen y al derretirse diera la sensación a ojos del creyente de que el santo sudaba. Fuese como fuese, lo cierto es que aquellas personas que se untaban con la sustancia que desprendía el cuadro acababan por sanarse de la peste. ¿Fruto del efecto placebo?, sin duda alguna así fue, a lo que habría que sumar la impecable actividad sanitaria que realmente fue la que hizo que la peste se erradicase con rapidez y efectividad. San Cristóbal de La Laguna es el escenario perfecto para arropar milagros, apariciones espectrales e insólitas leyendas en las que sus protagonistas -con hábito o no- recorren plazas, patios y calles en busca de calmar su eterno penar. Al ciudadano de a pie le gusta hacerse partícipe de estas leyendas, cronista de hechos no probados pero de enraizados matices antropológicos.

Podríamos discutir si la Siervita está realmente incorrupta o deberíamos hablar de un proceso natural de saponificación, sobre si es milagrera o no lo es. Se podría crear debate sobre la existencia de los milagros, de si un cuadro puede curar o una oración acercarnos más a Dios. En cuestiones relacionadas con la Fe, el camino más acertado es el que se devanea entre la tolerancia y el respeto a las creencias.