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El arte del buen comer, avalado por dos generaciones de victorieros

GABRIELA GULESSERIAN | La Victoria de Acentejo

Le debe su nombre a la antigua central de teléfono, la única que había en el municipio, que se encontraba justo al comenzar la calle Sanabria, la misma en la que se ubica el bar-restaurante La Central. Un establecimiento que abrió sus puertas hace 31 años y que desde entonces se ha convertido en referencia para muchos victorieros y vecinos de otros municipios que pretenden comer bien y sano a un precio razonable.

Su secreto durante todo este tiempo ha sido ofrecer siempre productos frescos. Compran la carne en las granjas de La Victoria y de Tacoronte; las papas, “que pelan a mano”, a un señor de Benijos; mientras que el vino lo hace Juan Padilla, su antiguo dueño, quien hace cinco años le cedió el negocio a su hija Guacimara, actual propietaria y la responsable de la cocina junto a su madre, Candelaria. “De ella aprendí todo lo que sé”, confiesa.

Desde entonces, la joven ha hecho algunos cambios en el local, sobre todo en la decoración, para darle un toque “más moderno”. Cambió las paredes, “que eran blancas y tristes”, por un amarillo fuerte, y colgó fotografías en las que se promocionan productos de la comarca.

Sin embargo, la esencia sigue siendo la misma. Entre otras cosas, porque Juan y su esposa siguen estando allí, echándole una mano a su hija en todo lo que está a su alcance. Sobre todo Candelaria, que desde la mañana temprano prepara la comida y los postres caseros con Guacimara para que todo esté listo cuando los clientes se sienten a la mesa.

“A muchas personas no les gusta esperar y por eso es importante no demorarse en llevar los platos, sobre todo los fines de semana cuando el restaurante se encuentra a tope de gente. Y para lograrlo, es fundamental tener todo organizado de antemano”, explica la joven.

Pese a que estudió un ciclo de Administración y Finanzas, Guacimara confiesa que “no se veía sentada ocho horas en una oficina”. Por eso, y pese a los sacrificios que conlleva, “dado que no puedes disfrutar de los fines de semana ni de los días de fiesta”, se decidió a seguir con el negocio familiar, del que se siente muy orgullosa.

También se ha atrevido a dar “pequeños pasitos”, como organizar comuniones y bautizos que, por el momento, han dado muy buenos resultados.

Con sólo 29 años, la joven tiene otros proyectos en mente pero por ahora, dice, y dado los tiempos que corren, es preferible no arriesgarse demasiado y seguir con la trayectoria del buen comer de La Central, que ya está avalada por dos generaciones.