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Carmen Cervera > Luis Ortega

Salvo a Carmen Cervera de las refriegas domésticas y de los episodios de casquería que alimentan la prensa, la radio y la televisión amarillas. Y elogio a la flamante baronesa Thyssen porque, gracias a su influencia sobre su tercer marido, logró que la mejor colección de pintura privada del mundo, disputada por varios países, encontrara acomodo en el palacio madrileño de Villahermosa y enriquecido el patrimonio artístico español. Frente a la racanería tradicional de la nobleza, la avispada catalana merece todos los parabienes. En estos días, la noticia de la salida de un óleo de John Constable (1776-1837), de su propiedad nos ha provocado franca pena y bochorno. Entendemos los problemas de liquidez que obligan a la dueña a desprenderse de esta joya, que se subastará en la casa Christie´s de Londres, con un precio de salida en torno a los treinta millones de euros a principios de julio. Nos apena, ya lo dijimos, perder una obra inglesa -una de las grandes lagunas de los fondos estatales- fechada en 1824 y realizada en el molino de Flatford, en el valle del río Stour, por lo que el artista volvió a la casa familiar de Dedham y fue expuesto un año en la Royal Academy con la que cumplió el compromiso de una exposición anual desde 1812. Se trata de una espléndida tela, “donde el efecto del cuadro es inseparable del tratamiento de la luz que parece moverse, mientras el cielo cambia ante nuestros ojos”, como escribió Tomás Llorens. Integrada en la colección particular de la señora Cervera, agregada en la ampliación del museo junto a otras trescientas obras”, ni la innombrable González Sinde, en el gobierno de Zapatero, ni ahora José Ignacio Wert, experto en recortes y demoliciones, dieron la debida importancia a una fórmula de alquiler o compra que permita la continuidad de este espléndido recorrido por la historia dek arte. Tal y como era preceptivo, la dueña comunicó la venta al gobierno pero el titular de Educación y Cultura, un fiasco en ambas materias, no ejerció el derecho de retracto que, dicho sea de paso es una bromita comparado con el agujero de proporciones desconocidas de Bankia -y de las nuevas Bankias que aparecerán- y no mucho menos que algunas generosas indemnizaciones entregadas, o pactadas, con los responsables del desastre financiero. Con crisis, o sin ella, la falta de imaginación en la gestión de los intereses generales es también una falta de patriotismo. Y tanto que hablan de entorno nuestros políticos, en el nuestro ningún país permitiría una pérdida tan lamentable.