FAUNA URBANA>

Perlas cultivadas> Luis Alemany

Me lo hizo notar ayer un compañero de desayuno del bar casi consuetudinario, mostrándome una página de un diario tinerfeño (que ni es éste ni pertenece al Grupo Moll), uno de cuyos titulares -hay hemerotecas- proponía que “Los combates entre ejército y rebeldes asuelan Damasco”; a partir de cuyo precioso texto -involuntariamente surrealista-, no puede uno por menos de pensar que las calles de aquella preciosa ciudad sufrían en sus pavimentos las consecuencias bélicas del siniestro litigio, cuando no que su asfalto se embaldosaba con cadáveres, heridos y contusos, porque asuelar algo es (mientras no se demuestre lo contrario) cubrir su pavimento de cosas: en este caso -al parecer- el resultado del enfrentamiento bélico del país: un precioso neologismo que puede abordar expresiones líricas o funcionales, y del que -tal vez- no podamos prescindir jamás a partir de este momento, por sus imprevisibles connotaciones sugestivas.

En esto de los neologismos (cuanto más disparatados más sugerentes) uno ha sido siempre optimista, porque es la única manera de que el idioma se enriquezca; de tal manera que un alumno universitario reprochaba reiteradamente la habitual acepción -en el célebre romance de Góngora- de “una galera turquesa”, aduciendo que tal adjetivo remitía al cromatismo, mientras que la nacionalidad de referencia debería ser “turquesca”; sin comprender que a comienzos del siglo XVII -cuando ese romance se escribió- la lengua castellana trataba indecisamente de consolidarse, y -tal vez- no existiese todavía una normativa delimitadora, por lo cual cada uno (el célebre Góngora entre ellos) escribía como sabía, o como podía: bastante bien lo hicieron, piensa uno.

Tal vez el rigor sintáctico no sea otra cosa que una convención que nos hemos impuesto los humanos para reconocernos mutuamente, pero que -en última instancia- apenas sirve de guiño cultural, que (como acaba uno de comprobar a través de este genial periodista de referencia) puede dejarnos en cualquier momento con el culo de la normativa al aire del supuesto ridículo cultural: no me resisto -a este mismo respecto- a citar una noticia televisiva, escuchada ayer, en la que se proponía que algo era “más imperceptible”, contraviniendo rotundamente toda la labor de Isaac Newton, porque los objetos pueden ser perceptibles o imperceptibles, pero sin susceptibilidades de matices.