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Pintando al aire libre > Joaquín Castro

La humanidad evoluciona abocada a la sociedad de consumo. Prisas, ruidos, humos e infartos son las constantes de esta sociedad que cambia los hábitos de las personas. Cada vez nos vamos despersonalizando para convertirnos en un número; números que funcionan al dictado de máquinas ultramodernas, máquinas que no sienten ni saben llorar.

Las reuniones familiares, las tertulias, las excursiones al campo, son reemplazadas por el sillón delante de la pantalla de un televisor que, poco a poco, va cambiando y empobreciendo nuestra mentalidad. Los niños que antes jugaban a las cometas, al trompo o a la piola, se pasan ahora las horas muertas delante de la pequeña pantalla, abandonando toda actividad de tipo creativo. Aun así existen personas con sensibilidad que, lejos de la técnica y la mecanización, se afanan en una labor creativa y espiritual: la pintura.

Hace pocas fechas subí al Teide con unos amigos que vinieron de Madrid, para mostrarles la grandeza y belleza del gran cráter.
Después de visitar los lugares más conocidos, el Valle de Ucanca, los Roques de García, Guajara, nos adentramos por Los Azulejos, hacia la Cañada del Capricho, anatomía pétrea, testigo de la lucha telúrica de los elementos. Allí, a pocos metros de la carretera, un hombre, una mujer y un niño se afanaban a la tarea de la pintura. Nos acercamos a ellos y entablamos en lo que podíamos, algo de inglés y español, una amable y constructiva conversación. Se trataba de un matrimonio alemán y su pequeño hijo de doce años. Los señores Morgenstern me dijeron que eran pintores profesionales en su país y que venían con frecuencia a Tenerife, verdadero paraíso para ellos. Aunque residían en Playa de las Américas, todos los días subían a Las Cañadas, para enfrentarse, según ellos, al paisaje más difícil pero no menos bello que jamás habían tenido delante. Lucha con el color cambiante y las formas dantescas que la geología les ofrecía. Le pregunté por las ventajas e inconvenientes de pintar al aire libre, es decir, del natural. La respuesta fue rápida y contundente: no hay nada mejor para el espíritu que pintar al aire libre. Aquí sentado sobre una piedra, lejos de los ruidos de las grandes ciudades se sienten engrandecidos pictóricamente hablando, pero empequeñecido ante tanta grandeza. Las sensaciones llegan por todas partes, el viento, el sol, los insectos, se funden en el crisol del Teide, para transmitir las mejores sensaciones.

Con el señor Morgenstein nos podíamos entender muy bien, había venido muchas veces a Tenerife a pasar largas temporadas. Nos manifestó que su pintura era expresionista rayando la abstracción, pero su esposa es impresionista clásica y el niño bastante hiperrealista, que seguramente cambiará como consecuencia de la evolución pictórica. También he sido figurativo. Los tres pintamos el mismo tema, pero en nada se parece un cuadro al otro. Cada uno pinta al dictado de su inspiración. Luego en nuestro estudio de Alemania, en Goslar, donde vivimos, tenemos que trabajar duramente para llevar a mayor formato estos apuntes. El único inconveniente de pintar al aire libre es, precisamente, el no poder trabajar en gran formato por las incomodidades que ello conlleva.

Gentes amables, enamorados de Tenerife que nos visitan cada año y que dan a conocer nuestros paisajes en las salas de arte de su tierra.También recuerdo en mi época de universitario en La Laguna ver al gran acuarelista Antonio González Suárez, cuando recorría las calles de la ciudad, montado en su bicicleta, buscando temas para sus cuadros que siempre pintaba al natural. En cualquier esquina se le veía o por el Camino Largo o Pozo del Cabildo. La pintura al natural fue siempre importante para él.