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Vilaflor: con el fuego en los talones

VICENTE PÉREZ | Vilaflor

Vilaflor vivió ayer uno de sus días más amargos. El incendio que desde el lunes se acercaba poco a poco al pueblo, ganando terreno de forma lenta pero constante, sobre las 16.00 horas se avivivó inesperadamente, cuando ya incluso arrojaban agua los esperados hidroaviones, junto con los perseverantes helicópteos. A esa hora, el fuego, de forma inesperada, se reavivó en el barranco de Los Cuervos, a unos tres kilómetros del casco chasnero, y avanzó casi un kilómetro en unos minutos, con llamaradas gigantescas y una columna de humo negro que se perdía en el cielo, como una bomba atómica, en dirección hacia el pueblo.
La llegada de los hidroaviones fue recibia como agua de mayo (o de julio), aunque a la gente le indignaba que estos medios tengan que venir de la Península y no dispongan de base permanente en Canarias. El incendio se extendía entonces desde Guayedra hasta las proximidades del casco chasnero, y tan grande eran los penachos de humo que parecía que fuera la erupción de un volcán, como así incluso lo creyó un grupo de estudiantes de la Universidad de Cambridge, que se dirigía a El Teide.
Pese a los esfuerzos ímprobos de los helicópteros, que cargaban el agua en los estanques del propio pueblo, y los hidroaviones, que cargaban el agua, primero en el muelle de Los Cristianos, y luego, por el oleaje, en el aeropuerto del Sur, llegó la noticia que tanto se temían los chasneros: la orden de evacuar todo el pueblo, la primera vez que ocurría algo así.
Eran las 18.00 horas , con temperaturas aún próximas a 40 grados, cuando la Guardia Civil empezaba a recorrer casa por casa invitando a los vecinos al desalojo, con el apoyo de la PolicíaCanaria y la Policía Local. Domingo, un jubilado, era uno de los que no quería irse con su familia, y cuenta que en 1998 la situación fue peor, quemó porla noche todos los montes a la redonda y no los sacaron allí. Pero finalmente, sin necesidad de intervención policial, él abandonó el pueblo.
La mayoría lo hizo en coches particulares y se dirigieron a segundas residencias o casas de familiares en la comarca, pero otros usaron las guaguas de Titsa que durante todo el día, al igual que la víspera, se encontraban aparcadas en la entrada del pueblo, con sus conductores incluidos. Ya ante ayer había sido desalojados los clientes del hotel Villalba, en la zona más alta de pueblo, y desde donde a esa hora se percibía por el humo la proximidad del frente del incendio.
Unas cuarenta personas fueron llevadas a Granadilla, en cuyo pabellón de Los Hinojeros el Ayuntamiento habilitó camas para que pernoctaran los evacuados.
Durante una larga hora unos 400 vecinos fueron abandonando el núcleo urbano, primero con incredulidad, luego con resignada actitud, pero siempre con civismo, mientras llegaba el anochecer con un sol que era un disco rojo a través del espeso humo que se elevaba por las cimas del valle.
Entre los últimos en irse estaban Soledad, de 80 años, y su esposo Eloy González, de 89, quienes ya han vivido varios siniestros de este tipo, aunque nunca una evacuación. Esta anciana tiene claro que parte de los males de esta catástrofe provienen de que el monte no se limpia y de que incluso se ponen multas a quienes cogen piñas, pinocha o leña, para lo cual es necesario tener un permiso, por muy pequeña que sea la cantidad. Eloy asiente junto a su esposa, mientras mira al ocaso y observa el incesante ir y venir de los helicópteros cargando agua en los estanques del pueblo. “Antes no teníamos aviones ni helicópteros, y en un caso de estos iba todo el pueblo a ayudar, con azadas abriendo zanjas y limpiando la pinocha, pero ahora no dejan ir a ningún vecino”, afirma este hombre curtido en las mil batallas de la cumbre tinerfeña.
Muchos evacuados bajaron por la carretera que conduce a Arona y se pararon en los Llanos de Trevejos, desde donde al menos un centenar contemplaba con alarma y tristeza el dantesco panorama del monte ardiendo, con los helicópteros e hidroaviones llenando el anochecer de un ruido, como de moscardones gigantescos, que nunca olvidarán. El flanco más próximo al pueblo parecía estar controlado por momentos, pero nuevos penachos de humo negro indicaban que la noche sería larga para el personal terrestre. El objetivo anoche era hacer un contrafuegos, quemando una franja de seguridad en torno al pueblo para que el fuego, si llegaba, ya no tuviera nada que quemar.
Entre los vecinos era casi unánime la queja de que los hidroaviones no hubieran actuado antes, y de que el esfuerzo, que todos valoraban, de los helicópteros, no se viera reforzado con personal en tierra. Los más viejos lamentaban que no se contara con la gente del lugar para ayudar, o al menos para asesorar, pues conocen bien los barrancos de la zona y por donde en anteriores ocasiones se ha colado el fuego. También era general el malestar por que la balsa de Trevejos, propiedad del Cabildo, esté vacía, circunstancia que unos achacaron a que el agua fue vendida, antes del verano.
Pero también había elogios a los pilotos de los helicópteros, que se la jugaban una y otra vez buscando agua en los estanques del casco y adentrándose muy cerca de las llamas,durante todo el día. E igualmente se elogiaba el papel de los bomberos voluntarios, “porque son los que más se acercan al fuego y no cobran nada”. Sin embargo, muchos vecinos elogiaban a todos los que formaban parte del operativo, profesionales y voluntarios que se dejaron la piel por acabar con este infierno. El calor y la sequedad ambiental, unido a las escasas lluvias del invierno, complicaban control del fuego.
Durante todo el día fueron muchos los turistas que al llegar al punto en que estaba estaba cortada la carretera de Boca Tauce tenían que dar la vuelta. Mapa en mano, como el caso de una pareja de turistas checos con su hija, intentaban comprender las explicaciones sobre el por qué la vía estaba cerrada. “Fuego, señores, no se puede pasar”, afirmaba personal destacado en el lugar para evitar el paso de los vehículos. Y así, un desfile constante de turistas despistados o a quienes nadie -ni la señalética- les informó con antelación.
La Guardia Civil confirmó a este periódico que durante el desalojo montaría vigilancia en las entradas al pueblo, para la seguridad de los bienes de los vecinos. Quedaba una larga noche por delante, y un amanecer en el que muchos quisieran que todo hubiera sido una pesadilla.