entre cortados>

¿Y a ti te crece la nariz?> Arun Chulani

Naces en una sociedad en la que todo lo que te rodea es ajeno a lo que conoces. Vas reconociendo a papá, a mamá, tu juguete favorito, el action man, la game boy, la televisión. Es entonces cuando te detienes: la televisión. Lentamente te vas viendo invadido por ese mundo de ondas neutralizantes, de imágenes bobaliconas que engatusan uno a uno los segundos de tu vida, instantes en los que parpadear los ojos es el mayor ejercicio que realizas. Y es así, lentamente rápido nos convertimos en unos pequeños esclavos de la caja tonta y de su tono rosa, de ese ambiente tan diverso que reúne tantas simples complejidades, alienados, expectantes a situaciones de otras personas, a la vida de otros ante la nuestra, a saber quién se casó con quién y quién fue el cornudo al final; influenciados, atraídos por cuatro palabras que hacen de nosotros robots consumistas despreocupados; influidos por cánones establecidos por la sociedad en la que vivimos y que tristemente todos quieren llegar a alcanzar, sintiendo que consiguiéndolos serán felices o tendrán la aceptación de todos, aunque quizás no. Cánones que la televisión otorga, la televisión como forma de atracción. Y no solo la televisión, qué va: internet avanza a pasos agigantados, ayudándonos a nuestro rápido aislamiento, la búsqueda de esa felicidad a través de una pantalla. Y es que no nos damos cuenta, pero lo que vemos tras una pantalla es tan sencillo como eso, cosas, palabras, tras una pantalla, tan solo eso. La capacidad que tienen los medios de influir en nuestras personas es impresionante, de verdad. Podemos incluso llegar a hacerle más caso a la televisión que a lo que nuestra propia familia nos advierte. El poder que tal aparato tiene sobre nosotros puede evadirnos del mundo de tal modo que ni escuchemos lo que pasa a nuestro alrededor, que no nos interese; únicamente ver lo que ellos quieren que veamos, pensar lo que ellos quieren que pensemos, opinar lo que ellos quieren que opinemos. Cada vez más veo menor iniciativa y voluntad propia; para compensar, irónicamente, las marionetas aumentan. La balanza comienza a desequilibrarse. Poca gente dice lo que piensa y piensa lo que dice. Parece ser que, poco a poco, nos vamos atando hilos cuales títeres, sin guiarnos por actuaciones propias. Descendemos de los monos y, por lo que parece, Pinocho será nuestro sucesor. Al menos a él le crecía la nariz cuando mentía…