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La dosis hace al tóxico

DANIEL GARCÍA VELÁZQUEZ | Santa Cruz de Tenerife

Esto ya lo había sentenciado el médico suizo Paracelso en el siglo XV. Pero, ¿qué es una sustancia tóxica? Por ejemplo, el ser humano debe ingerir aproximadamente dos litros de agua diaria para realizar correctamente sus funciones metabólicas. Ahora bien, si se bebiera mil litros en un solo día, el agua se convertiría en un tóxico para su organismo. Atendiendo a su etimología, la palabra viene del latín toxicus (en español tósigo, “veneno”), y deriva del griego toxikón fármakon, “veneno [para aplicar] en las flechas”. Actualmente se define como una sustancia que ingerida, inhalada, absorbida, aplicada, inyectada o desarrollada en el interior del organismo, sea capaz en un determinado intervalo de tiempo, por sus propiedades químicas o físicas, de provocar alteraciones funcionales en los órganos, e, incluso, la muerte. No obstante, se debe hablar de toxicidad a diferentes niveles: neurotóxico, hepatotóxico, dermatotóxico, hematotóxico, referidos a cerebro, hígado, piel y sangre, respectivamente.

El Papiro de Ebers, un completo tratado médico y farmacológico redactado en Egipto es la primera referencia escrita sobre venenos fechada en el año 1500 a. C. Su uso tuvo mucho auge en la Roma clásica, aunque en nuestros días siguen teniendo el perverso encanto de aspirar a protagonizar el crimen perfecto, el indetectable. Pero hoy en día, sin lugar a dudas, todos los venenos dejan un rastro. Para detectarlo se emplean decenas de procedimientos científicos e instrumentos de análisis muy avanzados, como en los casos del dopaje. Lo más común es analizar sangre, orina, cabellos, contenidos gástricos y muestras de pulmón, hígado o riñones, órganos en los cuales se puede realizar un estudio retrospectivo de los tóxicos que se van acumulando en el tejido de estos. Destacar la cicuta y el arsénico como venenos clásicos y accesibles, agresivos e incluso bioterroristas como el ántrax y la tetrodotoxina, potentes como el cianuro y el bótox, y discretos como las sales de los elementos químicos talio y polonio. Por citar casos contemporáneos se tiene el del isótopo 210 del polonio, el cual fue utilizado para liquidar a Yasser Arafat y al excoronel ruso de la KGB Alexander Litvinenko.

Sin llegar a dosis letales, pueden producir psicosis y alteraciones del sistema nervioso. Y como sus síntomas, en una primera etapa del envenenamiento, se confunden con enfermedades neurológicas o intestinales, muchos crímenes en el pasado han podido quedar impunes.

No obstante, existe un importante arsenal de antídotos eficaces, como por ejemplo el ferrocianuro de potasio o azul de Prusia, un pigmento de la tinta azul que funciona como un agente secuestrador del talio.

Pero el veneno también cura. Esa es su paradoja: demasiado mata; un poco cura. Por ejemplo, el arsénico se ha usado para tratar la leucemia, y las toxinas que muchos animales utilizan para defenderse se investigan para extraer de ellas fármacos y medicamentos para combatir distintos tipos de cánceres.