FAUNA URBANA >

Calor > Luis Alemany

Por fin esta semana escuché la inveterada frase que me proporciona la rotunda con(s)ciencia anual de estar en verano; suele proferirse en taxis, mostradores (por delante y por detrás: camareros y clientes) y por marucas esquineras; porque escucharla -aunque parezca que uno se pone un tanto trascendente- proporciona una cierta confianza en la idiosinrasia insular, que no puede por menos de retrotraerlo a uno a sus lejanas juventud, adolescencia y niñez, a través de esa frase enfáticamente repetida año tras año: “Hacía más de veinte años que no hacía tanto calor en Tenerife”, una estúpida maximalización, que pretende asumir un arrogante protagonismo de sufrido rigor meteorológico, que se repetirá (con la misma ficticia seguridad verbal) en el mismo lugar el mismo día del año próximo, de tal manera que uno está inmunizadamente acostumbrado a escuchar -año tras año- tales incontestables aseveraciones de esa larga estirpe de hombres (y mujeres) del tiempo de andar por casa.

Ahora que tanto se discute acerca de la memoria histórica, no deja de resultar significativa esta proliferación de una memoria histérica que pretende (con absoluta alegría amnésica) proponer aquello que -como cantaba el bolero- pudo haber sido y no fue: todos sabemos (o deberíamos saber desde el colegio) que el calor y la temperatura son entidades diferentes; de tal manera que a una misma temperatura (Celsius, Reaumir o Farenheit) dos personas pueden sentir más o menos calor; desde cuya perspectiva resulta lícitamente respetable que aquellos radicales propaladores de las máximas cotas caloríferas insulares, año tras año, hayan sentido menos calor -con los mismos grados- los años inmediatamente anteriores, o (también es posible) que en doce meses lo hayan olvidado; porque el termómetro no miente, y el cuerpo humano -desde su gratificante subjetividad- tampoco.

En cualquiera de los casos, uno no ha aceptado nunca la llegada del cenit del verano, hasta no escuchar este hermoso tópico maximalista de que hacía más de veinte años que no hacía tanto calor en Tenerife: algo que llevo escuchando -verano tras verano- desde hace más de medio siglo; porque escucharlo -año tras año- supone -en cierta nostálgica medida- zambullirme en un folclore entrañable que forma parte de mi cultura.