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Los masones > María Montero

Los masones existieron, y aún perduran en la actualidad. En el antiguo Egipto, los faraones consideraron a Dios, Ra, Amón o Atón, el Gran Arquitecto del Universo, y sustentaron las bases de la masonería, no sólo en construcciones sagradas, sino en órdenes iniciáticas, ligadas a la convivencia pacífica y al conocimiento. Detalles históricos, como las pirámides egipcias, el arca de Noé, las tablas de la ley o el templo de Salomón pueden representar huellas masónicas. Masón significa constructor, y en una relación cuasi metafórica a la piedra filosofal en Tenerife, hallamos el templo masónico. El priorato de Sion, órdenes templarias, logias de masonería e iluminati contienen secretos ancestrales protegidos y dignificados por personajes como Mozart, Da Vinci, o Einstein. Recientemente, el destino me llevó a vivir un hecho insólito, casi referido a una novela de tinte medieval de Ken Follet. Conocí a las puertas del templo masón de Santa Cruz al venerable maestre de la Logia Añaza 33, Marino de Armas. Él me preguntó ante este lugar: “¿Qué ves…? Concéntrate”.

Entorné mis ojos y los abrí, y por mi piel pasaron siglos de historia en cuestión de segundos, y la mirada atenta de sus esfinges en el umbral, como si escucharan mis pensamientos. De repente, se esfumaron dudas e interrogantes, pues la presencia de este venerable de grado 33 disipa cualquier atisbo de incredulidad. Marino de Armas me explicó la insigne relevancia de este templo en pleno centro de la capital. Este sagrado lugar es privilegiado en Europa. Es el único templo masón con permiso de un gobierno, otorgado en 1900, para ser construido. Y desde entonces, su piedra, grabada como ADN en Canarias, ha sido un testigo fiel de múltiples ceremonias puntuales, y del destierro y encarcelamiento de los masones durante la Guerra Civil. Tengo la firme convicción de que cuando un arquitecto iniciado recibe el encargo de una construcción masónica, en ésta ha de contenerse el alfa y el omega de los principios de la vida.