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Corridas > Alfonso González Jérez

Después de intentar purificar la vista con un café comienzo a leer las soflamas tuiteras contra la reanudada transmisión de corridas de toros por Televisión Española, asunto de mucha enjundia y decisiva para frenar la deriva autoritaria gubernamental, el paro y el desmantelamiento de los servicios sociales. Los pibes de Tamaimos y los dirigentes de Sí se puede exigen que el Gobierno autonómico demande la desconexión con las transmisiones para evitar, imagino, un nuevo episodio de colonización cultural. Será el café, la madrugada demasiado leída o la provecta edad, pero no termino de entenderlo. Si se quiere contribuir a la aniquilación del malévolo imperialismo cultural español, lo mejor es no interferir en absoluto, y que emitan corridas de toros diariamente. Sería un estímulo espléndido para apagar el televisor. No me interesan las corridas de toros, pero no trato como a sádicos potenciales a sus aficionados. En todo caso se me antojan infinitamente más repugnantes los obscenos programas en los que se utiliza como combustible melodramático y palcolor el atroz asesinato de dos niños: una fiesta abominable de gritos, venganza, exhibicionismo emocional y fascinación charcutera por el horror. Nadie pide desconexiones a Sálvame y sus sucedáneos y prolongaciones, claro. Están entre los programas más vistos en Canarias, como en el resto del territorio (con perdón) nacional.

La reclamación, sin embargo, es interesante. De la misma manera que el Gobierno cañí del Partido Popular quiere recuperar para las esencias patrias la fiesta de los toros – una aspiración que incluso figura en su programa electoral – otras organizaciones políticas y culturales demandan paralizar tan artero propósito. Ambas instancias de arrogan sin reparos la representatividad de las demandas culturales y simbólicas de los ciudadanos, siempre para proteger más y mejor nuestras vidas y haciendas y hasta las entretelas de nuestros imaginarios colectivos. Uno sospecha que los ciudadanos están hartos de un paternalismo tan falaz y acucioso y luchan cotidianamente contra otros problemas menores, como el desempleo, los salarios menguantes, los impuestos crecientes, las pensiones misérrimas, el copago farmacéutico o los costes disparatados de los libros y el material escolar de sus hijos.

La corrida más bestial, concurrida y dolorosa se desarrolla cada día en la calle. Cada esquina es una plaza y en cada plaza miles de ciudadanos son diariamente abanderillados y corneados una y otra vez bajo un sol ardiente desprovisto de piedad. Los viejos toreros las conocían. Son las cornadas del hambre y del miedo a pasar hambre. Las cornadas de la humillación, la desesperanza y la burla. En la plaza está a punto de cerrar el botiquín de primeros auxilios y las orejas y rabos son el testimonio de reses enclenques que vivieron por encima de sus posibilidades.