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Adolfo Suárez – Por Luis Ortega

En este espacio y, a propósito de un libro de Luis Herrero, tan corto y espeso como su prosa y su expresión oral, lamenté que la enfermedad de la memoria -como la llamó García Márquez en Cien años de soledad– que afectaba a mi admirado Adolfo Suárez nos impidiera conocer la trastienda, trampas y tribulaciones que salvó, con innegable instinto y elegante estilo, el estadista que, por estas fechas, cumplió sus ochenta años. Le conocí como director general de RTVE y, en ese papel, valoré una serie de cualidades que le alejaban del común de los profesionales de un régimen que, pese a los últimos berridos, daba inequívocas muestras de agotamiento. Mejor ordenado y escrito y con un contenido más sustancioso, Manuel Campo Vidal se moja en afirmaciones directas que, para compartir o discrepar, tienen el crédito de la valentía. La primera es el profundo conocimiento del medio televisivo, circunstancia en la que contó con un equipo leal y próximo que, además, le profesó amistad y respeto. La segunda, que aún levanta ronchas en varias áreas políticas, es determinante: “Fue el político español más relevante del siglo XX, junto con Felipe González y más allá de la figura del rey Juan Carlos”. Como en otros textos que abordan, siempre sectorialmente, el testimonio, pasa de puntillas por la oposición interna en Unión de Centro Democrático -creada precisamente por él- por personajes notables que, en principio, unidos por el poder entendieron que “aquella fuerza reformista no era la garantía de un partido conservador fuerte como el que postulaban los reconvertidos supervivientes del franquismo”. El abulense Adolfo Suárez González, esa es una verdad sin cuestión, fue víctima de las conjura y las iras de tirios y troyanos, de sus supuestos correligionarios y de la aprovechada oposición. Curiosamente, en este país tan dado a la sensiblería, tras su dimisión y el bochornoso sainete del golpe de Tejero, su figura se agrandó a niveles impensables; sin embargo, tuvo que dedicarse, por primera vez, a su oficio de abogado para sacar adelante a una familia sacrificada por su intensa dedicación institucional. Hoy es una personalidad capital de era moderna pero, por desgracia o terrible ironía, jamás podremos saber la intrahistoria de aquellos años que cambiaron nuestro rumbo y nos colocaron en la dirección de la normalidad y los derechos. Campo Vidal no aporta grandes novedades pero reafirma la grandeza de un personaje por el que, según él mismo, “en principio, nadie daba un duro”.