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Año de la fe> Por Carmelo J. Pérez Hernández

No es la diplomacia mi fuerte, y cada vez menos. Así que ahí vamos, sin red de seguridad: a lo largo de mi personal experiencia de hombre de Iglesia he asistido a no recuerdo ya cuántos encuentros, reuniones extraordinarias, jornadas de programación y diseño de nuevas estrategias…

Qué quieren que les diga: que con el paso del tiempo cada vez me aburren más las farándulas innecesarias y las citas que programamos con la excusa de ejercitar la corresponsabilidad. Me espantan más cuanto más multitudinarias se pretenden. Nos mata la inercia, no sabemos romper con lo que siempre se ha hecho de una manera y, mientras nos ponemos en marcha, reproducimos una y otra vez esquemas caducos y pioneras apuestas de otros tiempos.

No queremos dejar en blanco esa página del calendario donde cada año escribimos la convocatoria al mismo encuentro con cada vez peor resultado y seguimos diciendo que asisten 3.000, aunque el aforo que nos acoja sea de 1.500 y las fotos reflejen huecos libres en abundancia. Esto último es verídico. De hecho, ya hay encuentros en los que las únicas fotos que se publican son de la tribuna de oradores, evitando en todo momento que aparezca el secarral del patio de butacas.

Estoy ilusionado, sin embargo, con la cita que ha programado la Iglesia Católica el próximo domingo en Garachico. La comunidad de los creyentes, la misma -la única- que ha tenido los arrestos de pedir perdón públicamente por los errores del pasado, da un paso adelante una vez más y confiesa ante la humanidad toda que está necesitada de cambio y purificación. Se reconoce infiel ante los hombres y convoca a los seguidores de Jesús a un viaje por desierto, donde repensarnos y recuperar la alegría de creer. Año de la fe es como hemos llamado a este periodo de crecimiento personal y comunitario convocado por el Papa.

Al Año de la Fe estamos convocados todos. Pero hay una serie de actitudes que, por definición, no son bienvenidas. No caben los pensamientos pesimistas ni hay espacio para quien gusta de teñir con barniz nuevo unos odres que son impenitentemente viejos. No es sitio para quienes no confían en la posibilidad de dar rienda suelta a la imaginación responsable, a la audacia misionera, al retorno a la autenticidad allá donde la hayamos perdido.

Que no vengan al Año de la Fe los que no quieran oír palabras mayores. Que no vengan los que piensan que la Iglesia es perfecta. A esa tentación ya hemos aprendido a hacerle frente mirándonos como Dios nos mira: siempre necesitados de dar un paso adelante.

Hay tanto futuro en este año que inauguramos que sería imperdonable convertirlo en más de lo mismo, en una sucesión más de papeles, folletos explicativos, reuniones de coordinación y actividades triunfales con las que ahogar la acuciante llamada que Dios nos hace a recuperar la alegría de conocerle, amarle, seguirle y servirle en los hermanos.

@karmelojph